El canalla
Hablaré del canalla. No del que ustedes están pensando. Hablaré del
canalla en general.
Algunos son canallas
a mucha honra. Otros, como si no fuera con ellos la cosa. Hay grandes canallas
al estilo Nerón, o diminutos canallas de medio tiempo. Los amateurs no saben lo
que es meter la pequeña bola blanca con el driver a una distancia de
trescientas yardas en el agujero perfecto de la hijaputez. No son así de
consumados. Pero se empeñan. Canallas con plata y canallas lumpen. Canallas
moralistas (creen que los canallas son siempre otros) y canallas en campaña. Los
que planean sus estrategias ruines como ajedrecistas en concurso y luego los
canallas temperamentales. Canallas esotéricos (moviéndose en la sombra) y
canallas exotéricos (hacen sus marranadas en pleno ágora). Conozco canallas
ilustrados –con la gracia de un cuadro de Poussin– y otros toscos como machete
en desuso. Hay despreciables canallas liberales y canallas antigay. Está la
hinchada canalla pero asimismo la canalla hinchada. Hay canallas huehuetecos,
canallas tex mex, canallas en Dinamarca (lo demostró el Bardo). La canalla
política es muy popular. ¿Saben que existen los llamados Estados Canallas?
Canallas luminosos fueron Villon, Diógenes, y en la actualidad posiblemente
Sabina. ¿Qué serían de las rockolas sin lo canalla, sin el efecto canallizante?
Para tener una
idea del rasgo canallesco, uno puede hacer dos cosas: leer a Céline, o
simplemente ver adentro. Por su vecindad, por su granulado colorido, el canalla
interior es de todos el más digno de estudio. Allí encontrará uno la verdadera
canallosidad, la sabrosa canallencia.
(Columna
publicada el 17 de noviembre de 2011.)
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