El Eurovirus
Se ha venido hablando del “contagio de
la deuda griega”. La hiperintimidad de
los espacios financieros obliga a situar el problema en términos víricos. En la
última de Soderbergh, un Laurence Fishburne habla de un virus sin protocolo de
tratamiento y sin vacuna. Lo mismísimo en la Eurozona. Todo el mundo corriendo,
tras el lapis philosophorum que va impedir que la economía mundial se derrumbe en
plan Casa Usher. La semántica mediática baraja expresiones tan sexis como:
inyección financiera, reestructuración de la deuda, austeridad, reforma fiscal,
recapitalización bancaria... Cada vez hay más sujetos deambulando en trajes de
inmunidad, pululando en el área de inficionamiento. Si antes mirábamos sobre
todo los rostros catalizantes de una Merkel y un Sarkozy, el summit G20 de la
semana pasada aportó necesariamente un toque ecuménico al falansterio
anticrisis. Ante esta respuesta coral, el escenario del ostracismo se plantea
con más y mejor rigor. La crítica al referéndum –comprendido como un desafío
localista– fue brutal, y costó la cabeza a Papandreu (le sigue Berlusconi). La
salida de Grecia –el Sujeto Zero– del sistema de moneda única se transformó por
un momento en una posibilidad ya formalizada. ¿Volver al dracma? ¿Podríamos
hablar de desglobalización, de una refragmentación de los mapas institucionales
y económicos? ¿Sabían que la palabra crisis viene del griego y significa
dividir? A todo esto, un pernicioso programa Smith busca replicarse en el resto
de la euromatrix: Portugal, Irlanda, Italia, España… y más allá… De pronto, las
profecías mayas del 2012 empiezan a adquirir alguna clase de oneroso sentido.
(Columna publicada el 10 de noviembre de 2011)
(Columna publicada el 10 de noviembre de 2011)
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