2012 (y 3)
Me he referido
pues al 2012 como un momento, pero yo no lo veo en realidad como un referente
cronológico supersticioso y taumatúrgicamente preciso: a mi modo de verlo,
empezó mucho antes del 2012 y continuará años –quizá décadas– después.
Para mí, 2012 debería
ser sobre todo una decisión consciente y una zona de interrogación. Una
oportunidad civilizatoria, un argumento para decidir nuestro destino tanto como
humanidad y como parte de una red más grande y relevante que nosotros.
Si el 2012 es
un nódulo energético extraordinario o una decisión culturalmente construida, si
responde a una singularidad cósmica o se trata de un milestone creado, es hasta
cierto punto irrelevante. No es cuestión de adoptar un formato de criterios o creencias
dado, sino de permitir una crisis de consciencia que nos permita conscienciar
la crisis.
A todo sistema
individual o colectivo de vida le llega ese momento cuando tiene que abrirse a una
transformación total… De no honrar ese momento, muere, ya sea de un corte
violento o por medio de un proceso gradual y canceroso de entropía... La aniquilación
puede ser apocalíptica o bien una variante de desesperación callada… Un gran
tsunami que lo anega todo, o una lenta fagocitación de dos siglos…
Si no
aprovechamos el propio poder de cambio, lo perderemos. Si no superamos nuestros
bloqueos epistemológicos, nos hundiremos. Más que ocuparnos en desmitificar el
2012, deberíamos enfocarnos en asumir la revisión última de nuestra
civilización, hacia una cultura de la presencia y la responsabilidad universal.
(Columna
publicada el 19 de enero de 2012.)
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