2012 (2)
El 2012
refleja por un lado un síntoma de crisis. No hay por qué considerar esta tono
opaco como una extravagancia mórbida. No podemos darnos el lujo de seguir
considerando la contingencia global como un mero delirio paranoico. El caos es toda
vez factible. De hecho, el colapso planetario es algo que ha ocurrido recurrentemente
en el pasado. Es acaso un modo de pensamiento mágico considerar que el paisaje elemental,
orgánico y sensible del planeta sabe siempre cómo organizar y mantener su
propia supervivencia. En particular, no tiene caso ser tan arrogantes como para
pensar que esta forma humana es permanente, y que cuenta con recursos infinitos
para perpetuarse y regenerarse a sí misma. En su campo, más bien se percibe un
gran desorden, detectable en distintas esferas, por caso la ecológica,
financiera o geopolítica.
Por otro lado,
hay quienes dicen que se está ensamblando una especie de franca apertura, una
transición especial. Como humanos, estamos inventando día a día nuevos modos de
relacionarnos con la materia y la vida, generando experiencias y universos hiperestimulantes,
empoderando creativamente a individuos y sociedades antes monolíticos,
empujando nuevas formas de ciudadanía, creando redes inusitadas de comunicación
y convivencia, democratizando los poderes expresivos, experimentando
conversiones culturales profundas, formulando hallazgos científicos
formidables, estableciendo penetraciones profundas en la naturaleza de la
realidad...
Dos polos para
un mismo momento. El secreto consiste a lo mejor en no encerrarse en un
optimismo sin valladares o, su contrario, un escepticismo paralizante.
Es posible
mantener una confianza en nuestros recursos como especie, sin perder por ello
la humildad y un sentido básico de nerviosismo ante el porvenir. Es aconsejable
creer que hay puntos críticos –puntos de no retorno– en la historia, sin que
tal perspectiva nos desempodere, sino, más bien, atice nuestro compromiso.
(Columna
publicada el 12 de enero de 2012.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario