Empaticopsicoespacial
Siempre hay personas
impidiendo el paso y la fluidez en el pasillo del súper. Por alguna razón no
entienden que el mismo pertenece al universo común y no al universo privado.
No queda otra
que exigirle a estos entes estorbadores que se muevan. Algunos te dan a un
rosario de disculpas, cuando lo único que vos querés es que trasladen de
locación su gordo trasero.
Y su
pantagruélica carreta.
Están esos
otros que se mueven a regañadientes como si el que estuviera paralizando el
tráfico fuera uno. Son los amargados. Pero lo bueno es que la amargura personal
es siempre superior a la de ellos. No es que quiera presumir, pero es como
medir un staffordshire terrier americano con la gatita de la vecina.
A veces los
que más estorban son los propios empleados. Algunos empleados son medio
respetuosos. Pero otros –la auténtica hez de los súperes– no consideran relevante
dejar pasar a los clientes mientras ordenan los anaqueles. Están demasiado
ocupados intermediando con su propio egoísmo. Digo egoísmo, pero sería más
preciso hablar de megalomanía, esa megalomanía que caracteriza a los pequeños
empleados, cuando se enfundan en la sensación de que su lugar de trabajo no es un
mero lugar de trabajo, sino lo equivalente al Wolfsschanze del Führer.
También están
las problemáticas, las endémicas, las inadecuadas edecanes, ya saben: las que siempre
nos están dando de probar el producto cancerígeno de turno. En el caso de
ellas, obstaculizar se vuelve una misión estratégica, activa y consciente.
Se ve que muchos
ciudadanos carecen de las más mínima inteligencia empaticopsicoespacial. Al
parecer, los científicos han encontrando malformaciones congénitas tanto en sus
lóbulos parietales como frontales que explican la notable torpeza e
insensibilidad con que se mueven en el mundo. Lo cual da razón de por qué van
manejando en las calles como si recién acabaran de adquirir una enfermedad
venérea. O caminando en las banquetas como si no existiera en el mundo nadie sino
ellos.
Grandísimos
serotes.
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