El punto y el espacio (II)
Muchas veces el
problema con el modelo implosivo de bienestar es que está inhabilitado para generar
perspectivas panorámicas, panópticas. Ejemplo de ello fue la reciente crisis hipotecaria
de los Estados Unidos, que surgió sobre los hombros de una burbuja ilusoria y
azotó no pocos rincones del globo, con poder tsunámico. Podemos dar otro
ejemplo, para nosotros los guatemaltecos más cercano: ese programa de bienestar
social que busca paliar la pobreza sin desestimular la reproducción,
confeccionando así un frankenstein demográfico que solo traerá consigo más hambre
y contingencia en el futuro (un mejor programa colectivo sería aquel en donde
se les pagase a las personas por no tener hijos).
En términos
generales, el esquema localista crudo está basado en una engreída autosuficiencia,
y tiende a actualizar toda clase de fundamentalismos culturales, religiosos,
políticos y financieros, así como una rampante monomanía institucional.
El enfoque
expansivo posee su propia oscuridad. Un enfoque a menudo punitivo, que ha dado
lugar a las más graves y desalmadas corrientes de agresión. La geografía
política asume rasgos marciales y carnívoros. Nos damos cuenta que el ideal
global contiene su propia violencia. Todos esas transnacionales explotando los
recursos de este o aquel país, y aún tienen el descaro de maquillarlo con rosáceos
programas de responsabilidad social.
La solución
nunca es fácil. ¿Cómo vamos a generar un modelo que implique mutualidad entre
el punto y el espacio? Enunciados como el famoso think global, act local tantean en esa dirección. Las crisis que
estamos viviendo demandan simultáneamente una visión localizada y una visión
expansiva, tanto en distancia, tiempo y espíritu. Se
precisa de una sentida conversación entre lo instantáneo y lo diacrónico, la
individualidad y la comunidad, la diferencia y la igualdad, evitando todo
oportunismo formulístico. Es una conversación que, hoy más que nunca, requiere
ser explicitada.
(Columna
publicada el 29 de septiembre de 2011.)
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