'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Dos vicios

Un hombre de pocos vicios. Es porque la mayor parte de ellos me los he ido sacudiendo. Solamente algunos se han quedado conmigo, pequeños necios animalillos succionadores, usufructuándome la cotidianidad.

Hay personas que tocan la bocina como animales que sangran, los que fornican con eso de la política en plan 24/7, o que gustan de convidar a extraños la escritura de su residencia en una noche de naipes, aquellos fascinados por el dulce resplandor químico de la metanfetamina, y están esos otros, no pocos, cuya proclividad consiste en perder la cabeza viendo a menudas niñas japonesas sonreír ante el ojo panzudo de una cámara lasciva.

Mis vicios son, a Dios gracias, más tersos, más tersos. Lo mío, humildemente, es el café… El café pero también la poesía.

Tampoco es que ninguno de los dos sea poca cosa. Tomar café, y no me refiero a ese café hueco, es vacío café sin substancia que es el café en polvo, sino al café varón–densificado–ultracarburante que se va tomando con fe y a horcajadas en los días sin fin de laptop y agenda patológica… un hábito huesudo. ¡Maldito seas Anacafé! En las noches sueño con océanos de granos de cristal, solamente interrumpidos por islas patentadas de Starbucks en donde los habitantes sonríen burtonianamente hasta la náusea y te regalan arteras máquinas de capucchino para que te quedes con ellos, en su universo de infusión.

De la poesía, ni hablar. He tratado de dejarla tantas veces que ya perdí la cuenta, el asunto es serio. Les escucho a todos hablar de las bondades de la lírica, y que Góngora y que Keats y que Vallejo (¡depravados! ¡distímicos!) pero la poesía es un género del diablo, invento de Mordor, dogal maldito. El Betty Ford para poetas –yo quisiera saber si existe. El solo término “poesía” me provoca los más torcidos y desagradables escalofríos. Si usted está considerando escribirla, mejor cortése la mano, siguiendo el ejemplo preceptivo de Mel Gibson en El Castor. Escribir es, realmente, un asqueroso asunto.

Vicios ¿quién no los tiene?...


(Columna publicada el 15 de septiembre de 2011.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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