Overload
Así como la
otra noche, que quería descansar y no podía. Simplemente no bajaba. Todo esos vectores
y pensamientos, hormigueando frenéticos en las arrugas de mi neocórtex. La
paradoja de estar agotado y no poder dormir. Como si me hubiera echado un pase.
Excepto que no me había echado ningún pase. La simple ansiedad producida por una
jornada cualquiera.
Somos tan dependientes
del estímulo y el movimiento. Y cada día nos metemos más: es el overload de los
sentidos. Nuestras pretensiones de actividad y esfuerzo han aumentado
radicalmente. ¿Cuántas acciones proyectamos en apenas unos segundos? Por si
fuera poco, el tejido de las relaciones se ha vuelto mucho más espeso, y así
cada cual se ha transformado en un consumidor voraz del otro. La carga
relacional es excesiva. ¿Cuándo fue la última vez que dejé el celular en casa,
deliberadamente? Y está el virus violento de la información. El timeline que nunca acaba. La mente–mono en hiperlink.
Lo que no estamos captando de todo esto es cómo todos esos decorados
psicológicos destruyen la inteligencia de nuestros organismos, y éstos se van
sobrecalentando: los llevaremos al colapso. El hardware sencillamente no da
para más. Estamos convirtiendo la crisis nerviosa en una forma modelo de
cultura. Se diría que no contamos con las enzimas de atención necesarias para
procesar y asimilar esta proliferante realidad. Es una mala combinación ésa de
tener los sentidos en bancarrota y una mente hiperreactiva incapaz de
aterrizar. Quiere decir que ha quedado enucleada nuestra capacidad de
respuesta.
Por supuesto,
no es cuestión de tomarse otro red bull, sino de aprender a administrar nuestra economía energética:
desaturar. La fórmula no es más dinero con más trabajo, sino más felicidad con
menos esfuerzo. Es importante mudarnos de vuelta al cuerpo (aunque ello suponga
deshabitar el jardín digital, y poner límites reales a las fantasías
tecnológicas –cerrar una ventana del browser, en lugar de abrir otra–). Muchos
de nosotros, mutantes de escritorio y laptop, somos enfermos neurales. Nos urge
echar el cable a tierra.
(Columna
publicada el 25 de agosto de 2011.)
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