Humo y sangre
En Monterrico –una playa tenazmente
mediocre, vuelvo a comprobar– almorzando
el peor sándwich que he comido en la vida. Me pongo a hojear el periódico:
Ratko Mladic.
Columnas de humo y olor a
sangre. Los conflictos balcánicos nos ofrecieron lecciones singulares sobre
cómo Occidente gestionaría la posguerra fría.
Mladic, entonces. Su padre
–comunista para Tito– fue asesinado por los nazis. Luego tuvo una carrera
apocalíptica en el ejército. Bastión del nacionalismo serbio, aún hasta la
fecha reverberando en manifestantes antiTadic. Un anciano apopléjico hoy, pero
en su tiempo, una criatura que hacía ver al peor de los kaibiles como un
peluche con tutú. El asedio a Sarajevo, con sus estadísticas ya metafísicas. Y
Srebenica, por supuesto.
Fue un prófugo eterno, plan
Osama. No es que estuviera completamente fuera de alcance. “Durante años,
Mladic ni siquiera se esforzaba por esquivar los espacios públicos”, explora un
artículo en El Mundo. Lo cual me recuerda un poco la estrambótica película The hunting party, con Richard Gere, en
donde un periodista se lanza a capturar a un personaje inspirado en quien fuera
el otro gran buscado de las fuerzas serbiobosnias, Radovan Karadzic, sólo para
darse cuenta que nadie sino él lo estaba realmente buscando.
Por cierto que con la
captura del jueves pasado se desmanteló la trinidad completa Milosevic/Karadzic/Mladic.
¿Son los tres lo mismo? En una medida sí. Desde otro ángulo, se puede decir que
cada cual tuvo su idiosincracia en una carrera genocida que hasta la fecha
sigue rezumando matices y complejidades. Entre ellos se dieron diferencias que no
está de más analizar (muy útil ver cómo se perfiló cada uno frente al plan
Vance–Owen).
Cierro el periódico, me voy
a bañar al océano, se encarga de darme una revolcada. “Así es como Monterrico
trata a sus enemigos políticos”, me digo
riendo. Pero luego pienso en Mladic, se me quitan las ganas de reír. Ya veremos
qué pasa en La Haya.
(Columna publicada el 2 de
junio de 2011.)
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