El seso oscuro de Cohen
Príncipe de Asturias a
Leonard Cohen. Bien hecho. Cohen, con
su voz ensombrecida, cigarillo sempiterno, y nariz sí algo judía. Pero es que él
siendo tan talmúdico al mismo tiempo ni lo es (y por tanto termina viviendo en
Mount Bouldy un retiro zen de múltiples años). Un depresivo ejemplar que posee con
todo y sus bajones una fuerza creativa imparable. Los grandes se han
arrodillado ante su estatura. Nosotros los pequeños también, y a lo mejor lo
leímos en castellano en Visor: libros tales como Comparemos mitologías –qué título espléndido– o La caja de especias de la tierra. Luego
están sus novelas. No sé si ya redactó sus memorias pero de no ser el caso
alguien debería pagarle una cifra grande de dinero –que compense un poco la que
le robó su ex agente– por hacerlo. Del seso oscuro de Cohen nace una imaginería
profunda, adeudada con Lorca, bíblica y antibíblica. Es íntimo y trágico,
Cohen. Su bibliografía crece si incluimos en ella su discografía, si tomamos en
cuenta sus canciones como poemas, que por supuesto lo son, como las de Dylan. Es
un hecho comprobado que nuestros músicos municipales apenas saben redactar la
lista del súper: escriben mal y en singulares ocasiones medio bien, pero jamás del
todo bien, y esto es porque al oír a Joni Mitchell –otra canadiense, por
cierto– no la leyeron. Se espera que
hayan escuchado y descifrado las canciones de Cohen –algunas inevitables hasta
las cantan en American Idol, como la celebre Hallelujah, que Jeff Buckley tuvo la genialidad de coverear y de
coverear genialmente. Pero a Cohen le salvará siempre del mainstream ese folk
de calado y de ultratumba –como un Bela Lugosi en diazepan. Sin duda Cohen es
uno de mis dharma bums favoritos, junto a Ginsberg y Patti Smith. Todos ellos
le dieron a la práctica religiosa un toque de suciedad, autenticidad,
personalidad, actitud libertaria.
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