Entre heces y orina
Con y contra el Mediterráneo, y participando en ese evento singular que es el Sahara (“el lugar más bello del mundo, precisamente porque no hay nada”, como lo calificó Bowles), así surge Túnez. La presencia de Cartago dejó un audible legado cultural. Es sabidísima su función en tanto que provincia del imperio: “el granero de Roma”. Un lugar que puede reclamar como suyos a dos infrecuentes: Tertuliano y San Agustín. Túnez está muy ligado a Occidente a no dudarlo, y a Francia (cuyos prominentes intelectuales visitaron aquellas tierras inquietantes: pensando en Gide, en Sartre, en el enorme Foucault). En gran medida, vive hoy un caos resultante ya sea del la intervención rapaz de Occidente ya sea de un conveniente –y connivente– laissez faire. Un editorial del ABC decía la semana pasada: “Túnez es hoy la imagen del fracaso de una política mediterránea empeñada en ignorar la realidad”. Sátrapas de un lado y del otro –Burguiba, Ben Ali– han querido morir en el trono. A Ben Ali –veintitrés años en el poder, uno más que Estrada Cabrera– lo desplazó un hombre quemado. Nunca subestimar los poderes de la autoinmolación. Jamás olvidar al monje que se prendió fuego en Vietnam y murió en perfecto samadhi. Dudoso que Mohamed Bouaziz –el vendedor de Sidi Bouzid– expirase en semejante estado mental; el suyo no fue el acto lucido de un superhéroe espiritual, sino el grito desesperado de un famélico en paro. Pero no deja de haber algo extremadamente heroico en su gesto. Seguidamente, hordas de manifestantes afeitaron el asfalto. Así es como un perro se sacude las pulgas viejas. El costo, eso sí, histórico: más de cien muertos. La pretensión de Ben Ali de gerenciar la situación con medidas extraordinarias fracasó rotundamente, tuvo que dimitir, dejando el poder a un Primer Ministro Mohammed Ghammouchi, y atrás una carrera de corrupción y violaciones a los derechos humanos, ante la mirada al final cómplice de los gobiernos occidentales, que nunca se atrevieron a llamarle dictador. Inter faeces et urinam nascimur, dijo el Santo.
(Columna publicada el 20 de enero de 2011.)
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