El ojo en la pantalla (1)
Y es obvio que la tecnología ha traído toda clase de néctares a la especie humana. Que traerá muchos más. En lo persona, estoy convencido de que las redes sociales, por dar un ejemplo, constituyen una fase pretelepática del ser humano. La tecnología como un portal a lo indecible.
Pero cuánta sombra hay en la tecnología, a la vez.
Mi generación –yo nací en el ´76– fue/es una generación interesante por el hecho de ser una generación transicional, en más de un aspecto. Por ejemplo, me tocó tener una infancia sin consola y una infancia con consola. Dos infancias. La enorme suerte de haber sido por un lado un bon sauvage y la de entrar luego en el tecnomandala en el cuál nos hallamos actualmente sumergidos.
Mi primer aparato de videojuegos fue un magnavoz. Mi primera compu una Epson extremadamente primitiva –un rollo de papel toilette tenía más memoria ram que aquel armatoste (¿no había que introducir el diskette de DOS para arrancarla?). Sé bien lo que es vivir sin un celular. De hecho, por mucho tiempo, me resistí a tener uno, y estoy orgulloso de ello. Por demás, vi como nacieron las redes sociales, que es lo más cercano a presenciar el nacimiento de una cosmogonía.
Si he de decir cómo viví la masificación de la informática diré que se presentó en mí como una ansiedad. Ni modo: se trataba de un reenfoque relacional tremendo, un terreno totalmente nuevo. No era la informática lo nuevo, obviamente, pues ésta ya existía. Lo era la claridad –la urgencia– con que se estaba cristalizando la tendencia hacia lo hoy llamamos posthumanidad, con toda clase de retos emocionales, cognitivos, conductuales. Todo nuestro sistema de intercambio con la realidad estaba siendo redefinido. Personas de generaciones anteriores a la mía ingresaron a un estado de tecnofobia, de la cuál les costó mucho salir o no salieron: como aquellos ancianitos cuya casa está a punto de ser demolida, y optan por morir entre los escombros.
(Columna publicada el 27 de enero de 2011.)
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