Hartar petróleo
Lo que tiene la tragedia del Golfo de México es una fuerza simbólica inequívoca, referencial. Es el Chernobyl del sector Petróleo. Pero que así sea de significativo no quiere decir que no pueda caer en el olvido, o peor: en los manuales muertos de historia. Por tanto, cada cierto tiempo, conviene recordar lo que ocurrió.
Lo que ocurrió ocurrió en abril, y cínicamente la noticia revienta el día de la tierra. La plataforma Deepwater Horizon, de la firma propietaria Transocean, y alquilada a Bristish Petroleum, explota, colapsa, liberando una grotesca mancha de petróleo que se pone a lamer la humedad del mar con su lengua de muerte. El sellado de fugas dura lo indecible, y 780 millones de litros van a dar al océano. Pérdidas de humanos, sin hablar de una multitud de ecosistemas intraoceánicos.
Contrario a lo que nos quisieron hacer creer, mucho de ese petróleo no se quemó, evaporó, descompuso. El Dauphin Island Sea Lab, de Alabama, recién acaba de señalar, con muestras de carbono 12, que el crudo se transformó básicamente en comida. Del zooplancton a los copépodos y de allí al resto de animales marinos, y luego adivinen. Hartarse el propio petróleo, que es como hartarse la propia mierda.
Estas potencias petroleras no sólo quieren emular a Houdini, en cuánto a evadir lo más que se pueda cualquier camisa de fuerza legal y moral, sino además salen ganando a raíz de estos desastres, primero por vía del seguro, pero sobre todo por los réditos que ofrece una cultura peninsularmente petrolífera. En el trimestre de julio a septiembre, inclusive con todos los gastos del derrame, BP adquirió 1,790 millones de dólares. El cambio de paradigma hacia un nuevo sistema de realidad con bases ecológicas no podrá completarse hasta que no logremos criminalizar adecuadamente la explotación desregulada y compulsiva.
Termino con las palabras profundas de un Thomas Merton, el sensible Merton: “Me espanta interesarme como propietario en algo por miedo de que mi amor hacia lo que poseo pueda matar a alguien en algún lugar.”
(Columna publicada el 18 de noviembre de 2010.)
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