En corto y en largo
En lo que a mí respecta, Julio Hernández es el mejor cineasta del país, en corto y en largo, hasta que alguien –alguien digamos con un par de pelotas creativas– me demuestre lo contrario. Es o será nuestro Jim Jarmusch. Lo único es que con Julio no se sabe si realmente es todo un genio guatemalteco o si es todo un genio mexicano. A lo mejor es un genio fronterizo. Esta clase de indefinición o bilocación nos ha ocurrido antes (Monterroso, Cardoza son ejemplos tatascanes, y los hay menores, como el transplantado Arjona). “Hacer cine en Guatemala no es algo lógico”, dice en una entrevista Julio. Más lógico sería hacerlo en México, en donde si no estoy mal Julio realizó estudios cinematográficos, y en donde inclusive ya le han premiado (premio a mejor largometraje en el Festival de Morelia 2010). Pero la verdad es que si bien Guatemala no le ha dado a Julio todo el apoyo material que necesita para hacer filmes, le ha dado algo que puede ser en realidad mucho más interesante: una verdad poética, y un par de historias qué contar.
Con Julio trabajamos juntos en la sección cultural de El Periódico hace muchos años. Escribimos un resto de notas de rock. Me parece que escuchábamos a Morrissey. Hasta la fecha el cuate sigue enamorado de la buena música.
Pero su gran obsesión es el cine. Por el cine –da la impresión– está dispuesto a sacrificarlo todo, o casi todo. Seguramente ha ido perdiendo algunas cosas en el camino por eso de hacer películas. Y ganado otras. Por ejemplo, ha ganado premios y reconocimientos, en cuenta el Horizontes en el Festival de San Sebastián 2008, así como el ya mencionado de Morelia, que no es cosa nimia. Marimbas del Infierno fue el primer filme centroamericano en ser seleccionado para el Festival de Toronto. Estas distinciones no le van a arrancar a Julio la sencillez –por mucho su ética privada. Julio pone bastante énfasis en no ser un mamón.
(Columna publicada el 25 de noviembre de 2010.)
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