'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Rec

Vivimos en una era documental privilegiada. Debemos tomar en cuenta cómo la convergencia digital posibilitó algo en verdad inaudito: que todos llevásemos todo el tiempo con nosotros un artefacto para registrar la realidad. Cada ser humano del planeta es en menor o mayor grado un ente documental en potencia ­–un documentalista– por el mero hecho de poseer un celular.

No es que no fuéramos documentalistas en siglos pasados. Siempre lo fuimos, gracias a ese aspecto de la consciencia que llamamos memoria. Pero la memoria siempre ha sido sospechosa. En cierto modo, es algo así como la prima hermana de la alucinación.

No hay que descartar que las redes neuronales artificiales del futuro logren ensamblar una forma de memoria más precisa y fehaciente que además pueda ser experimentada en un cerebro colectivo y no individual. Pero de momento esta memoria nuestra sigue siendo una estrategia demasiado enclaustrada y manipulable como para convertirse en fuente legítima de verdad. ¿Cómo puedo apelar a la autoridad de mi memoria?

Por ejemplo, de chico yo recuerdo haber visto a alguien robar algo en el colegio. ¿Puedo acaso probarlo, hoy? ¿No es mi memoria falible, sujeta a toda clase de influencias, una superestructura dinámica que crea más que recuerda, un acto de interpretación en sí misma?

De haber tenido un celular, a lo mejor hubiese tenido la opción de filmar a aquel ladrón mientras robaba. Pero ocurre que entonces no existían los celulares.

Como tampoco existían en tiempos de Gengis Kan o de Emerson. ¿Y si alguien hubiese filmado con su android, no sé, a Bach tocar la Tocata y fuga en re menor, a Cristo dar el Sermón de la Montaña, o la entrevista que Landor hizo a Marx en 1871?

Por cierto que dicha entrevista –de la cuál sólo guardamos su versión escrita, es decir indirecta– termina con una frase tan bienintencionada como inquietante: “He expuesto aquí, en la medida en que mi memoria me lo ha permitido, los momentos más destacados de mi conversación con este hombre notable”.


(Columna publicada el 30 de septiembre de 2010.)

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Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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