Los oficios inútiles
Como el coronel Buendía, haciendo pescados de oro. A lo largo de los años, me he dedicado a cultivar actividades que no gozan de relevancia en el paradigma de la productividad, por lo menos en la sociedad de la cual formo parte. Son los oficios inútiles. Actividades como la poesía, la meditación, el skate, el consumo de psilocibina o el estudio de la filosofía –por mencionar algunas pasiones pretéritas o presentes– no generan ninguna plusvalía en mi entorno inmediato, ni sirven hasta donde yo sé para conseguir esposa. Nadie en esta ciudad te va a pagar por aterrizar con expresión y elegancia un varial o kickflip sobre un set de cinco gradas con una patineta, ni tampoco te va a ofrecer una palmada en el hombro por estudiar la obra de Bataille, aún cuando ambas cosas son en realidad tan peligrosas como la pesca de cangrejos en Alaska. Y está bien. Si uno decide ejercer un oficio inútil, uno debe estar dispuesto a pagar las consecuencias. Si en cambio lo que uno desea es hacer billete en aluvión, mejor dedicarse a hacer liftings o firmar documentos parlamentarios. A veces me escriben los adolescentes en paro con pretensiones literarias pidiéndome consejo sobre qué estudiar en la U. Yo no caigo en el juego: lo que realmente desean es que yo les certifique que todo va a estar bien si estudian letras y se dedican a la escritura; necesitan una opinión confortadora. Pero no se las voy a dar. Pues lo inútil es una urgencia y una vocación que no da garantías, y a menudo las arrebata. Cuando yo tenía como dieciséis mi madre me presentó a un escritor local de cierto renombre, y le comentó con cierto entusiasmo que yo quería escribir también. El señor se me quedó viendo con un semblante de conmiseración, como diciendo mucha suerte con eso de escribir patojo mula. Me cayó mal, cómo no, pero a la larga me pareció decente de su parte.
(Columna publicada el 16 de septiembre de 2010.)
2 comentarios:
JAJAJAJA!
TG
Te felicito por toda la pagina Maurice, muy amena e interesante contenido.
Arturo Lemus
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