El rock de los patriotas
El día que los rockeros nacionales tomaron el discurso de lo nacional le vendieron el alma al diablo.
De todas las agendas ideológicas, se quedaron con la más barata, la agenda de lo chapín. Guatemala no rebasa en importancia a Chile, Suecia o Uganda, y del mismo modo el rock guatemalteco no es para nada más especial por ser guatemalteco, y sin embargo hay toda una generación de rockeros –y nuevas bandas caen ellas lo mismo en este juego– que han puesto su vida en tratar de convencernos de lo contrario. La carta de la identidad no dura demasiado sin volverse fundamentalista, a un nivel u otro, excluyente. Es la misma carta que han utilizado politicastros y otras criaturas oscuras.
Tengo buenos amigos en el ámbito del rock, y estoy seguro que no se van a enojar demasiado por decir que los rockeros locales siempre han sido limitados para dar mensajes: escriben mal y hablan bastante peor, vamos. En lugar de de leer a Greil Marcus, estudiar las frases de Dylan, fascinarse con el indomable Burroughs, optaron por un etnocentrismo cuadrado y sin pliegues. Por ende, no han podido darle a su público las herramientas para pensar, más bien bombardeándolo durante años con el discurso de la identidad nacional, que además nadie de ellos se ha tomado la molestia de explicar.
El rock es idealmente una energía que sospecha de cualquier pensamiento clausurado. A los rockeros les corresponde convertirse en proveedores de opinión independiente. Pero el rock en Guatemala no representa ningún reto para el poder, de hecho es completamente inocuo para el statuo quo, al cuál inclusive le cholerea.
Al rock no lo mataron los políticos ni los reaccionarios: lo mataron los rockeros, que son políticos y reaccionarios. Sin realmente saberlo y a su modo –es evidente que no estamos hablando tampoco de neurópatas cósmicos à la Pol Pot– han pasado a servir una programación patriota y septembrina que les secciona de tajo las alas.
(Columna publicada el 2 de septiembre de 2010.)
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