Amor dentro y fuera
Recién acabo de publicar, con la editorial Catafixia, un librillo titulado Los falsos millonarios, poesía, escrito para los divorciados del mundo; los que se pusieron el traje conyugal y fracasaron. Hay un montón de ésos. Casi simultáneamente publiqué en formato blog un libro de amor llamado Ciento setenta y siete (www.cientosetentaysiete.blogspot.com).
En Los falsos millonarios, el matrimonio es una decepción sin fin; en Ciento setenta y siete, en cambio, rindo homenaje al amor que sangra y que triunfa, el amor toro que aún acuchillado se para digno en el ruedo, hasta el final.
Y digo acuchillado, porque no hay amor sin cuchillos ni amor de nube nueve ni amor de la la land. Si vamos a cantar al amor, por lo menos tengamos la decencia de poner también la caca del amor. Ojo con ese amor que un publicista llamado Petrarca inventó en el siglo XIV. No olvidemos que el matrimonio lírico es un invento relativamente reciente. Antes, los matrimonios se daban por conveniencia, eran sociedades, arreglos crueles si quieren pero no hipócritas. Hoy, los matrimonios son además de crueles hipócritas: y siguen siendo arreglos. El reverso de la mentira social del matrimonio es una tasa alarmante de hogares desmembrados. Los falsos millonarios son los que se casaron sin el capital suficiente para pagar las cuentas más básicas del afecto.
Ahora bien, si entendemos el matrimonio como una práctica realista, una manera de dos personas desnudarse, y no de desnudarse fantasiosamente como en las porno, sino de desnudarse en el sentido de mostrar cada quien su frío respectivo, entonces el matrimonio puede tener aún cierta clase de valor. Nos estamos refiriendo a un amor humano, realista y peristáltico, en donde cada cual se abre a la vulnerabilidad básica de sí mismo y de su pareja, poniendo en marcha un proceso extremadamente complejo de intercambio de soledades.
Y en medio de todo eso, comerse un helado juntos.
(Columna publicada el 1 de julio de 2010.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario