Vidas especiales
Si algo ocurre a alguien de relevancia social, la colectividad da a este hecho una atención exclusiva. Se establece una cuota de etiqueta administrativa, política, institucional y nacional –CICIG, Ministerio de Gobernación, prensa, grupos de presión, foros de Facebook, lo que ustedes quieran– para atender todos los pormenores del caso.
Algunos, muy críticos, se preguntan: ¿qué tiene esa persona de especial?, ¿cómo es que se le encuadra más que a otros? Por ejemplo, si fue asesinada, preguntan: ¿y qué hay de toda esa masa de asesinados anónimos, por qué nadie se ocupa de ellos?
Es una pregunta legítima. Por afecto a la especulación, voy a tirar de una vez la pregunta al aire: ¿es que hay individuos que son más especiales que otros, que merecen digamos más importancia?, ¿cuáles son los criterios de la atención pública?
En realidad hay muchos criterios, pero me ocuparé en particular de dos: un criterio horizontal (criterio de igualdad) y un criterio vertical (criterio de meritocracia). Es la cruz de la atención pública.
Los defensores de la igualdad –la igualdad, ese principio inmanente de las sociedades libres– afirman que considerar una vida más valiosa que otra lleva eventualmente a un estado de discriminación y estamental.
Los defensores de la meritocracia –apoyando el mercado de las cualidades– consideran que de hecho hay vidas que son más únicas que otras, que aportan más a su medio, y que son más relevantes simbólicamente.
Si la pregunta es tan interesante es porque tanto meritocracia como igualdad son nociones coemergentes en todos los sistemas democráticos. No hay sistema democrático legítimo que no contenga ambas perspectivas. Pero es un hecho que son dos perspectivas que jamás terminan de fraternizar del todo. Una cruz, como ya dije, y una cruz que vamos a seguir cargando.
(Columna publicada el 22 de abril de 2010.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario