La matarraya
No creo que la opinión sea ese agente alquímico de las sociedades que algunos creen que es. Más bien yo digo que está bastante sobrevaluada. La opinión a menudo sólo sirve para generar más opinión. Es una espuma que no termina de crecer.
De mi lado, procuro no practicar la opinión desde la perspectiva de lo útil, sino de lo bello. Es decir, creo que una columna de opinión debería ser algo bien hecho, una forma exquisita de entretenimiento, y un juego creativo de las ideas. Que no son más que eso: ideas.
No digo que no haya que tenerlas. Por supuesto que hay que tener ideas. Y de vez en cuando hay que tener buenas ideas. Inclusive se pueden tener ideas brillantes e incendiarias. Pero vamos: no hay que tomarlas tan en serio. Cuando el columnista cree que es el vehiculo elegido para dar un mensaje, aparecen los problemas. Columnistas que piensan que saben más que los demás… Correspondería hacer un caldo con sus manitas de coche…
Pero eso es sólo una idea, y el punto cabalmente es que no hay volverse esclavo de la ideología personal. Digamos que toda idea corre el riesgo de ser una pésima idea, aunque a primera vista parezca todo lo contrario. Estoy seguro que a Napoleón le pareció una idea factible ese asunto de Waterloo. La revolución cubana parecía una idea muy decente. A ciertos musulmanes integristas les sigue pareciendo una buena idea cercenar el clítoris a sus mujeres. El petróleo daba la impresión de ser una idea ganadora.
La verdad de la verdad (ji ji) es que hay algunas ideas que son muy peligrosas. Y no podemos olvidar tampoco que cuando unas ideas colisionan contra otras ideas, eso produce millones de litros cúbicos de sangre. Sangre… y una gigantesca confusión. Es curioso cómo para detener la influencia de unas ideas creamos otras ideas. Al final todos terminamos atrapados en una matarraya de ideas. Una auténtica catástrofe ideológica.
(Columna publicada el 29 de abril de 2010.)
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