Grecia en rehab
La familia –de apellido Eurozona– llama a la drogadicta a la sala de la casa, y le ordena, ya en tono hervido y contundente, que vaya al centro de rehabilitación. La drogadicta, Grecia, reconociendo la inutilidad de su drama, accede, mayormente porque ya no tiene para donde agarrar –ni una maldita vara ni medio gramo de esa dulce y morena heroína de la especulación– y porque en realidad ya los pushers y los acreedores la están buscando, para matarla, y está bien paniqueada. Oh, Grecia: antes codiciada por su currículum histórico o sus bellos momentos crepusculares en Santorini, hoy es la comidilla de los círculos sociales.
La mandan de hecho a un centro bastante costoso –cuyo programa vale unos 140 mil millones de dólares– ya que saben que el mismísimo equilibrio familiar está en juego, y hasta unos parientes lejanos –el primo Brasil, en cuenta– están interesados en colaborar para que sane la muchachita. Está la preocupación colectiva de que las hermanas y hermanos de Grecia –por ejemplo la dúctil España, o el errático Portugal– vayan a verse afectados por esta crísis doméstica. El que más les preocupa es el pequeño Euro, que siempre han considerado la alegría de la familia.
Entrando al centro de desintoxicación, Grecia se pone a vomitar con vehemencia. Es una situación delicada: su organismo muestra manchas sospechosas y síntomas alarmantes. Temblores y fiebres intensas, acompañados de episodios histéricos –Grecia tira cosas al personal del centro– constituyen el escenario de los próximos días. La metadona apenas si hace efecto. Una tragedia y ninguna catársis.
La familia sin embargo está rezando y no pierde la esperanza. Ayer le han enviado una tarjeta a la paciente, en donde le desean que se recupere pronto. En la tarjeta hay un Winnie The Pooh, hartando miel.
(Columna publicada el 13 de mayo de 2010.)
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