Soy puntual y qué
La puntualidad en Guatemala es un defecto tremendo. Es decir que hay algo de políticamente incorrecto en ser puntual. El puntual, a los ojos de la mayoría impuntual, es psicorrígido, tirando a anal–retentivo. En contextos familiares, se dice de él que es un “dolor de huevos”. Pero eso no es otra cosa que la oposición violenta de la cuál hablaba Einstein en una frase célebre.
En realidad nos detestan a los puntuales, porque al serlo, exhibimos la falta de seriedad de los impuntuales. Al fin de cuentas, el que dice que va a estar a una hora y en un lugar, y no está, es, sin más, un mentiroso.
Eso lo saben los puntuales y los extranjeros, que son puntuales.
La puntualidad es el último remanente de civilización con el cuál contamos los humanos. Si algo, la hora chapina es antisocial, pues desafía todas las normas del entendimiento, relegando al mero caos cualquier posibilidad de coincidencia.
Yo digo que es la hora de que los puntuales salgamos del clóset. No podemos llegar tarde a esta cita que nos ha propuesto la Historia.
Soy de la filosofía que si, pasada la media hora de rigor, no se ha presentado el impuntual a la reunión –o no se ha al menos disculpado telefónicamente por llegar tarde– entonces hay que pelárselas. Y anoten que media hora es ya un montón de tiempo.
Es un oficio peligroso, éste de ser puntual. Los impuntuales son criaturas volátiles. Lo diré de una vez: mi vida corre peligro. En un principio, se limitaban a burlarse de mi precisión. Pero cuando vieron que eso no funcionaba, empezaron a intimidarme por teléfono:
–Yo que vos empezaría a llegar tarde a tus citas… A nadie le gustaría que le pasara algo a tu linda esposa…
Y cuelgan. Para ellos, soy un subversivo. Sólo sé que un día estaré caminando en la calle, y un pick up doble cabina se detendrá, y dos impuntuales se bajarán y me zamparán un par de tiros, a la hora menos pensada.
(Columna publicada el 11 de febrero de 2010.)
En realidad nos detestan a los puntuales, porque al serlo, exhibimos la falta de seriedad de los impuntuales. Al fin de cuentas, el que dice que va a estar a una hora y en un lugar, y no está, es, sin más, un mentiroso.
Eso lo saben los puntuales y los extranjeros, que son puntuales.
La puntualidad es el último remanente de civilización con el cuál contamos los humanos. Si algo, la hora chapina es antisocial, pues desafía todas las normas del entendimiento, relegando al mero caos cualquier posibilidad de coincidencia.
Yo digo que es la hora de que los puntuales salgamos del clóset. No podemos llegar tarde a esta cita que nos ha propuesto la Historia.
Soy de la filosofía que si, pasada la media hora de rigor, no se ha presentado el impuntual a la reunión –o no se ha al menos disculpado telefónicamente por llegar tarde– entonces hay que pelárselas. Y anoten que media hora es ya un montón de tiempo.
Es un oficio peligroso, éste de ser puntual. Los impuntuales son criaturas volátiles. Lo diré de una vez: mi vida corre peligro. En un principio, se limitaban a burlarse de mi precisión. Pero cuando vieron que eso no funcionaba, empezaron a intimidarme por teléfono:
–Yo que vos empezaría a llegar tarde a tus citas… A nadie le gustaría que le pasara algo a tu linda esposa…
Y cuelgan. Para ellos, soy un subversivo. Sólo sé que un día estaré caminando en la calle, y un pick up doble cabina se detendrá, y dos impuntuales se bajarán y me zamparán un par de tiros, a la hora menos pensada.
(Columna publicada el 11 de febrero de 2010.)
1 comentario:
Maurice, el día que publicaste esta columna coincidí completamente con vos. Me resulta una situación completamente explosiva el hecho de que las personas sean impuntuales, porque cada vez que alguien es impuntual conmigo siento que es como si me dieran una bofetada o algo parecido. ASÍ QUE, A SALIR DEL CLOSET, CON TODO!!!
Un fuerte abrazo.
Ana Regina Barrios.
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