Alicia asesinada
Texto inagotable, Alicia en el País de las Maravillas ha sido honrado con mil adaptaciones, siendo mi preferida la de Jan Švankmajer, una experiencia tierna y mutante en stop motion.
Siempre encontramos en este libro algo revelador. Los niños lo adoran, aunque no es una obra estrictamente infantil, sino se multinivela en toda clase de lectores. Los artistas y escritores proceden a celebrarlo –así la barra surrealista– y los psicoanalistas se hallan tan a gusto en sus páginas. Los filósofos externan su reconocimiento, porque este libro nos indica cosas importantes sobre la naturaleza de la materia, el tiempo, el espacio, el lenguaje.
El libro es particularmente importante para los buscadores espirituales, que aquí se pierden a gusto. Todo lo que destruye nuestra visión ordinaria de la realidad y nuestro sistema predilecto de orientación es por definición espiritual.
Entiéndase que el universo creado por Lewis Carroll es tramposo y esperpéntico sólo a partir de nuestra mirada cotidiana. De hecho es completamente funcional en su propio código de referencias y expresión fenoménica. El lector, al ser una medida de significación a lo largo del relato, posibilita el absurdo de lo que atestigua. Lo que el libro de Carroll propone es que no hay absurdo sin sentido. Lo cuál, puesto al revés, es más interesante aún: no hay sinsentido absurdo.
Alicia en el País de las Maravillas es tan texto sagrado como el que más: un libro de claves (“¿Quisiera usted decirme qué camino debo tomar para irme de aquí?”) además emparentado con una tradición de sabiduría loca, siendo el más honorable equivalente occidental a los brillantes relatos de Nasruddin.
El nuevo filme de Burton –¿hasta qué punto una adaptación?– se encargó de asesinar toda esa profundidad, aún con tantos recursos visuales o quizá a causa de ellos, y por todo fruto nos deja una historia convencional, irritante y aburrida: Disney en todo su esplendor.
(Columna publicada el 11 de marzo de 2010.)
Siempre encontramos en este libro algo revelador. Los niños lo adoran, aunque no es una obra estrictamente infantil, sino se multinivela en toda clase de lectores. Los artistas y escritores proceden a celebrarlo –así la barra surrealista– y los psicoanalistas se hallan tan a gusto en sus páginas. Los filósofos externan su reconocimiento, porque este libro nos indica cosas importantes sobre la naturaleza de la materia, el tiempo, el espacio, el lenguaje.
El libro es particularmente importante para los buscadores espirituales, que aquí se pierden a gusto. Todo lo que destruye nuestra visión ordinaria de la realidad y nuestro sistema predilecto de orientación es por definición espiritual.
Entiéndase que el universo creado por Lewis Carroll es tramposo y esperpéntico sólo a partir de nuestra mirada cotidiana. De hecho es completamente funcional en su propio código de referencias y expresión fenoménica. El lector, al ser una medida de significación a lo largo del relato, posibilita el absurdo de lo que atestigua. Lo que el libro de Carroll propone es que no hay absurdo sin sentido. Lo cuál, puesto al revés, es más interesante aún: no hay sinsentido absurdo.
Alicia en el País de las Maravillas es tan texto sagrado como el que más: un libro de claves (“¿Quisiera usted decirme qué camino debo tomar para irme de aquí?”) además emparentado con una tradición de sabiduría loca, siendo el más honorable equivalente occidental a los brillantes relatos de Nasruddin.
El nuevo filme de Burton –¿hasta qué punto una adaptación?– se encargó de asesinar toda esa profundidad, aún con tantos recursos visuales o quizá a causa de ellos, y por todo fruto nos deja una historia convencional, irritante y aburrida: Disney en todo su esplendor.
(Columna publicada el 11 de marzo de 2010.)
2 comentarios:
De acuerdo. La pelicula de Burton nada tiene que ver con el libro de Carroll. Da verguenza...
que bien que alguiem mas piense que la adaptacion de svankmajer es la mejor. la version vieja animada de disney no esta mala tampoco. tim burton se esta dando a la tarea de destruir clasicos, y me enoja.en fin
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