El robo de Auschwitz
Como ustedes saben, la semana pasada robaron la famosa inscripción que aguardaba al necroturista a la entrada de Auschwitz, y que decía: “El trabajo os hará libres”.
¿Cómo es que nadie lo había hecho antes?
¿Será por razones de logística? Está claro que un operativo de esta naturaleza impone ciertos rigores de coordinación, pero tampoco tenemos por qué considerarlo un trabajo especialmente imposible. En realidad, el portavoz de la policía local dijo que para remover la señal lo único que tuvieron que hacer fue desatornillarla de un lado y arrancarla del otro. Para una banda de profesionales con visión –de la clase que ingresan a una fortaleza de la cultura y se roban una pieza cumbre de la plástica surrealista y en el acto se pasan a la Interpol por el zereguete– esto no pasa de ser algo así como robarse un marcador en un Hiperpaiz. De hecho, quienes robaron la inscripción no eran precisamente Danny Ocean y sus finos colegas, más bien un grupo de ordinarios cuatreros eslavos.
¿Será que no robaron la placa antes por falta de compradores? Seguramente existen en el mundo suficientes extravagantes coleccionistas con una avidez vampira por estos fetiches, o inclusive millonarios nazisimpatizantes –muy delgados, bigotillos pulcros y sardónicos, de esos que invierten cantidades obscenas de dinero en desislamizar a Europa– con un enorme interés en reunir estos artefactos para ponerlos luego en una recámara especial, junto a los guantes de un oficial de la SS, o las osamentas de una niña judía.
Y es aquí a donde quiero llegar. En realidad, sólo puedo pensar en una razón por la cuál no se robó este signo antes, y es porque semejante acto exige una colisión directa con la indignación total de la humanidad. No fueron los acortados 1,200 euros propuestos por la policía polaca quienes hallaron a los culpables del atraco, me parece. Fue una fuerza mucho más sensible, más poderosa, y superior.
(Columna publicada el 24 de diciembre de 2009.)
¿Cómo es que nadie lo había hecho antes?
¿Será por razones de logística? Está claro que un operativo de esta naturaleza impone ciertos rigores de coordinación, pero tampoco tenemos por qué considerarlo un trabajo especialmente imposible. En realidad, el portavoz de la policía local dijo que para remover la señal lo único que tuvieron que hacer fue desatornillarla de un lado y arrancarla del otro. Para una banda de profesionales con visión –de la clase que ingresan a una fortaleza de la cultura y se roban una pieza cumbre de la plástica surrealista y en el acto se pasan a la Interpol por el zereguete– esto no pasa de ser algo así como robarse un marcador en un Hiperpaiz. De hecho, quienes robaron la inscripción no eran precisamente Danny Ocean y sus finos colegas, más bien un grupo de ordinarios cuatreros eslavos.
¿Será que no robaron la placa antes por falta de compradores? Seguramente existen en el mundo suficientes extravagantes coleccionistas con una avidez vampira por estos fetiches, o inclusive millonarios nazisimpatizantes –muy delgados, bigotillos pulcros y sardónicos, de esos que invierten cantidades obscenas de dinero en desislamizar a Europa– con un enorme interés en reunir estos artefactos para ponerlos luego en una recámara especial, junto a los guantes de un oficial de la SS, o las osamentas de una niña judía.
Y es aquí a donde quiero llegar. En realidad, sólo puedo pensar en una razón por la cuál no se robó este signo antes, y es porque semejante acto exige una colisión directa con la indignación total de la humanidad. No fueron los acortados 1,200 euros propuestos por la policía polaca quienes hallaron a los culpables del atraco, me parece. Fue una fuerza mucho más sensible, más poderosa, y superior.
(Columna publicada el 24 de diciembre de 2009.)
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