Las ecomunis
Podríamos crear un género alterno de municipalidades, dedicadas por completo a establecer soluciones ecológicas. ¿Y por qué no? Las ecomunis.
Se entiende que las ecomunis funcionarían del todo aparte de las municipalidades que hoy conocemos. De hecho, mantendrían una especie de vigilancia sobre éstas.
El propósito de las ecomunis vendría a ser el de preservar la cordura ecológica. Actuarían en ciudades y pueblos –poniendo en marcha esquemas viables de interacción ambiental– pero también en zonas naturales. ¿Por qué llamarlas municipalidades, entonces? ¿No está el concepto de municipalidad vinculado estrictamente al ágora urbana?
Comprendamos que un lago, una selva, un barranco, son lugares de socialización avanzada, auténticas ciudades por derecho propio, pero no ciudades humanas de concreto y hormigón, sino biociudades, y como tales, administrables también. ¿Cómo se administra una biociudad? En primer lugar, defendiéndola, a toda costa. Es un enfoque de bastión. Pero sobre todo, no estorbando el orden natural en ella presente: un enfoque de abstinencia.
¿Quiénes estarían al frente de estas ecomunis? Hay en Guatemala personas comprometidas con la causa ecológica, brillantes, preparadas, muy intrépidas personas, y decentes, dueñas de una energía envidiable, una sensibilidad conmovedora. Que sean estas personas las encargadas de hacer que crezca la nación ecológica, fomentando el millaje ambiental, la formación y expansión de parques, y persiguiendo –junto a un equipo penetrante de abogados– a los culpables de la expoliación biosférica, resistiendo pues la amenaza, la prebenda. A la vez buscarían estimular el ecoturismo, ofrecer diseños de sostenibilidad, dar educación ecológica, no sólo a los propios empleados, sino a la comunidad toda, por medio de talleres y propuestas formidables de comunicación y dignas del siglo XXI.
(Columna publicada el 12 de noviembre de 2009.)
Se entiende que las ecomunis funcionarían del todo aparte de las municipalidades que hoy conocemos. De hecho, mantendrían una especie de vigilancia sobre éstas.
El propósito de las ecomunis vendría a ser el de preservar la cordura ecológica. Actuarían en ciudades y pueblos –poniendo en marcha esquemas viables de interacción ambiental– pero también en zonas naturales. ¿Por qué llamarlas municipalidades, entonces? ¿No está el concepto de municipalidad vinculado estrictamente al ágora urbana?
Comprendamos que un lago, una selva, un barranco, son lugares de socialización avanzada, auténticas ciudades por derecho propio, pero no ciudades humanas de concreto y hormigón, sino biociudades, y como tales, administrables también. ¿Cómo se administra una biociudad? En primer lugar, defendiéndola, a toda costa. Es un enfoque de bastión. Pero sobre todo, no estorbando el orden natural en ella presente: un enfoque de abstinencia.
¿Quiénes estarían al frente de estas ecomunis? Hay en Guatemala personas comprometidas con la causa ecológica, brillantes, preparadas, muy intrépidas personas, y decentes, dueñas de una energía envidiable, una sensibilidad conmovedora. Que sean estas personas las encargadas de hacer que crezca la nación ecológica, fomentando el millaje ambiental, la formación y expansión de parques, y persiguiendo –junto a un equipo penetrante de abogados– a los culpables de la expoliación biosférica, resistiendo pues la amenaza, la prebenda. A la vez buscarían estimular el ecoturismo, ofrecer diseños de sostenibilidad, dar educación ecológica, no sólo a los propios empleados, sino a la comunidad toda, por medio de talleres y propuestas formidables de comunicación y dignas del siglo XXI.
(Columna publicada el 12 de noviembre de 2009.)
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