La selva de cuchillas
De vez en cuando, me topo con tristes criaturas cuya vida es un perfecto caos (o no, pero ellas piensan que lo es) y que andan publicando el hecho de que se van a suicidar ya ya. ¿Es un bluff? Regularmente. Preferible de todos modos tomarlas en serio, porque ha pasado que, por no atenderlas, estas personas luego se pegan un sutil escopetazo, de noche o de día. No soy partidario de perder la elegancia por vía del sermón, pero a veces se requiere predicar, o se corre el riesgo de ser el peor imbécil o retrasado moral en toda la faz de la tierra. Con frecuencia le pregunto, al probable disidente: ¿y a vos quién exactamente te da la seguridad de que tu sufrimiento concluye con apenas rebanarte las venas? Por lo menos será otra clase de sufrimiento, responde con orgullo byroniano (se ponen bastante decimonónicos, algunos). En cuyo caso le zampo un follow up question: ¿y qué tal si se trata del mismo exacto sufrimiento, sólo que además incrementado un millón de veces? Es una pregunta que, si se hace con la entonación debida y una teatral mirada estilo Rasputín, los deja ya un poco más fluctuantes e indecisos, a estos frágiles filósofos. Lo cuál no significa que los esté manipulando para que no se suiciden: yo de veras creo en los malos viajes, y de veras creo que las cosas pueden ponerse más pesadas. Torsos semiabiertos arrastrándose en el pasillo. Motocicletas sangrando el nombre de un hijo muerto. Un palacio de dientes, con sordos músicos sacándose continuadamente los ojos. No podemos auxiliar en todos los casos a aquellos con intenciones de matarse. Si no somos profesionales, es importante que además no siempre procuremos hacerlo. Hay quienes están tan sumergidos en su sistema de sufrimiento de predilección, tan ahogados en su oscura exuberancia dendrítica, que es como querer sacar a un cordero de una selva de cuchillas... Se precisa de una intervención más delicada. En fin, no claudiquen.
(Columna publicada el 3 de septiembre de 2009.)
(Columna publicada el 3 de septiembre de 2009.)
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