Desprohibir la droga
Dos clases de simpatizantes de la despenalización y/o legalización de la droga. En primer lugar, aquel que quiere ver en la droga una nueva forma de ciudadanía, y un derecho. Esto es: el derecho secular a disponer de las propias esferas sensoriales y psíquicas, ya sea para fines recreacionales, humanitarios (el alivio de enfermedades terminales, mayormente), o espirituales (la droga como catalizador de nuevas formas de subjetividad significativa). Aún tratándose de un derecho laico, es posible que en el futuro tenga matices religiosos (de hecho ya posee sus propios insoportables integristas).
Otra tipo de simpatizante cree que la despenalización y/o legalización de la droga será una forma de acabar con el reinado oscuro que ésta detenta, sublimándolo alquímicamente hacia fuentes de normatividad. Un argumento habitual es que la sociedad precisa empoderarse respecto a sus propios rituales de evasión, rituales que por ser de evasión no deben ser gaseados con medidas de califato, porque entonces tienden a ser reforzados desde una óptica de ansiedad. Se adiciona un segundo argumento que dice que la droga ilegal es fuente de fetichismo. Por último, se dice que la represión no sólo no elimina sino además robustece la narcoadministración, que crece mejor en la sombra, en donde es libre de adulterar los productos con los cuáles envenena a sus consumidores, y además no paga impuestos, ni financia corrientes de responsabilidad social. La idea es abrir espacios de control por una vía no restrictiva, y modos de vigilancia diurnas, que abran las puertas al debate.
¿Hasta qué punto son válidos estos argumentos? Lo veremos pronto, en México o Argentina. El riesgo más evidente, en todo esto, es que la droga se convierta en otro feroz estandarte de una economía de mercado que no vela ni jamás ha velado por el bienestar de los seres.
(Columna publicada el 17 de septiembre de 2009.)
Otra tipo de simpatizante cree que la despenalización y/o legalización de la droga será una forma de acabar con el reinado oscuro que ésta detenta, sublimándolo alquímicamente hacia fuentes de normatividad. Un argumento habitual es que la sociedad precisa empoderarse respecto a sus propios rituales de evasión, rituales que por ser de evasión no deben ser gaseados con medidas de califato, porque entonces tienden a ser reforzados desde una óptica de ansiedad. Se adiciona un segundo argumento que dice que la droga ilegal es fuente de fetichismo. Por último, se dice que la represión no sólo no elimina sino además robustece la narcoadministración, que crece mejor en la sombra, en donde es libre de adulterar los productos con los cuáles envenena a sus consumidores, y además no paga impuestos, ni financia corrientes de responsabilidad social. La idea es abrir espacios de control por una vía no restrictiva, y modos de vigilancia diurnas, que abran las puertas al debate.
¿Hasta qué punto son válidos estos argumentos? Lo veremos pronto, en México o Argentina. El riesgo más evidente, en todo esto, es que la droga se convierta en otro feroz estandarte de una economía de mercado que no vela ni jamás ha velado por el bienestar de los seres.
(Columna publicada el 17 de septiembre de 2009.)
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