'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Cine y consciencia


No es necesariamente fácil ir al cine. Hay por un lado el riesgo de caer en un modelo de absorción acondicionado: uno pasa a formar parte de una comunidad de entretención más o menos vulgar, en donde todos los poderes críticos han sido desarticulados, a puros fogonazos. El espectador se identifica sistemáticamente con los cadáveres oníricos que transcurren en la pantalla; vive las historias de los personajes, llora, ríe, se domicilia en la trama, somatiza: es triste y expoliante.

Está, por supuesto, el riesgo antitético: el de establecerse en una atalaya sobrepreñada de referencias, una especie de prefectura culturalista, sin habilidad ya para generar una intimidad real y directa con el hecho fílmico. Aquí el espectador se ha puesto más bien del lado del proyector, sucumbe a la tentación de codirigir la película mientras la mira, generando toda clase de pequeñas desavenencias, de filtros, de lecturas, de retrospectivas. La observa pero sobre todo la deshace y la rehace. Es un gesto de megalomanía, un ademán demiúrgico.

Hay un tercer nivel de experiencia en una sala de cine. Y es: estoy ausente: pensando si acaso dejé la estufa prendida o no: o directamente durmiendo: todo ha dejado de existir.

En realidad, lo importante es honrar todos los niveles de vivencia cinematográfica, para así salvaguardar la posibilidad subversiva y espiritual del cine, que aún puede fungir como representación completa de la consciencia. Sospecho que existe una opción para el espectador que no consiste en arrodillarse ante la pantalla ni en refundirse en la ruina de la subjetividad crítica, o peor, en el olvido inconsciente, sino en absorber de una manera totalizadora todos estos estadios experienciales, y aún de tocar la felpa amable del asiento, y de escuchar las risas tontas y deliciosas de los vecinos de la fila de atrás.


(Columna publicada el 9 de julio de 2009.)

1 comentario:

diego dijo...

Excelente artículo, Maurice.
Esa versión de Viaje a la Luna me desbarajustó la seriedad fílmica.

Un abrazo. d.

Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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