Paralelo 38
Muy interesado por saber cómo el Consejo de Seguridad piensa abordar la cosa de Corea del Norte.
Una palabra que se ha usado mucho es esa palabra “sanción”. Nada conciliatoria, no es un pastel de manzana, pero es una palabra bastante prudente en un conflicto que ya ha rebasado ciertos límites designables. Es un término sobre todo comunicacional y público, destinado a hacernos creer que vivimos en un mundo en donde la niñera tiene aún la última palabra. Presupone que ya todas las reglas han sido ensayadas y poseen un peso exacto. Como si estuviéramos viviendo un campeonato de la FIFA. Se cree que después de dos guerras mundiales, una guerra fría, y un deshielo, las sanciones deben funcionar. No como prácticas lisérgicas, experimentales. Más bien como expresiones de un derecho de piso inapelable: el fruto de una supuesta lucidez civilizatoria que tuvo que hacer innumerables sacrificios para erigirse como tal.
Pero a esa perspectiva tan tranquilizadora e inmune se oponen por lo menos dos escenarios “regresivos”. Por un lado, una escalada de tonos que amenaza con estallar en el paralelo 38. Una crisis frontal y clásica entre Pyongyang y Seúl, con factibles grados de operatividad bélica. Y por otro lado, se ha establecido un retrocontexto propio de la Guerra Fría, en donde se rehabilita el chantaje atómico como fuente infinita de especulación. Corea del Norte pudo haber realizado solamente ensayos nucleares. También pudo haber realizado solamente ensayos con misiles. Lo cierto es que hizo ambas cosas. Un mejor desafío a la llamada pax americana sería imposible de igualar. En pleno Siglo XXI, las armas siguen siendo los únicos naipes que imponen respeto, en la carnicería de las voluntades.
(Columna publicada el 4 de junio de 2009.)
Una palabra que se ha usado mucho es esa palabra “sanción”. Nada conciliatoria, no es un pastel de manzana, pero es una palabra bastante prudente en un conflicto que ya ha rebasado ciertos límites designables. Es un término sobre todo comunicacional y público, destinado a hacernos creer que vivimos en un mundo en donde la niñera tiene aún la última palabra. Presupone que ya todas las reglas han sido ensayadas y poseen un peso exacto. Como si estuviéramos viviendo un campeonato de la FIFA. Se cree que después de dos guerras mundiales, una guerra fría, y un deshielo, las sanciones deben funcionar. No como prácticas lisérgicas, experimentales. Más bien como expresiones de un derecho de piso inapelable: el fruto de una supuesta lucidez civilizatoria que tuvo que hacer innumerables sacrificios para erigirse como tal.
Pero a esa perspectiva tan tranquilizadora e inmune se oponen por lo menos dos escenarios “regresivos”. Por un lado, una escalada de tonos que amenaza con estallar en el paralelo 38. Una crisis frontal y clásica entre Pyongyang y Seúl, con factibles grados de operatividad bélica. Y por otro lado, se ha establecido un retrocontexto propio de la Guerra Fría, en donde se rehabilita el chantaje atómico como fuente infinita de especulación. Corea del Norte pudo haber realizado solamente ensayos nucleares. También pudo haber realizado solamente ensayos con misiles. Lo cierto es que hizo ambas cosas. Un mejor desafío a la llamada pax americana sería imposible de igualar. En pleno Siglo XXI, las armas siguen siendo los únicos naipes que imponen respeto, en la carnicería de las voluntades.
(Columna publicada el 4 de junio de 2009.)
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