Calatrava
Ya habré hojeado una veintena de veces, en maniatadas reuniones sociales, los libros estilo Casa Guatemalteca, que proliferan en tantas residencias con obcecante monotonía.
Desconfío bastante de esta clase de publicaciones, en donde el efecto sublimatorio es llevado a la n potencia. En especial, los libros decorativos que retratan a Guatemala como una especie de jardín de las delicias y no como el angustiante y deforestado proscenio de blocks a medio terminar que en realidad ya es.
Ocurre no obstante que de vez en cuando uno encuentra, sobre una mesita, algún libro auténticamente espléndido. Así fue como de hecho conocí hace un tiempo, en casa de un conocido, la obra de Calatrava.
Mi amigo había traído de uno de sus interminables viajes un tremendo mamotreto llamado Calatrava Bridges, lo había puesto en su sala de estar, y para mí fue lo mismo que si hubiera puesto una carga de explosivo en el centro de mi corteza cerebral.
En verdad, los diseños de Calatreva poseen la fuerza de un tsunami. Pero lo más inaudito es que todo ese poder arquitectónico de Calatrava parece hallarse al servicio de una sutileza casi extraterrestre, una delicadeza completamente evolucionada. Podemos estar seguros que los diseños de Calatrava coinciden con las energías más enigmáticas del universo. Si alguien nos convierte, en tanto que especie, en una raza del futuro, es Calatrava.
Naturalmente, no deja de incomodarme la clase de dinero que se requiere para sostener su visión. Leí recientemente, en una nota del New York Times, que el proyecto Zona Cero ya va por los 3,2 billones de dólares.
¿Es moral tanta grandeza? Sólo sé que no es igual a invertir cantidades místicas de dinero en bolas de tennis de plutonio.
(Columna publicada el 14 de mayo de 2009.)
Desconfío bastante de esta clase de publicaciones, en donde el efecto sublimatorio es llevado a la n potencia. En especial, los libros decorativos que retratan a Guatemala como una especie de jardín de las delicias y no como el angustiante y deforestado proscenio de blocks a medio terminar que en realidad ya es.
Ocurre no obstante que de vez en cuando uno encuentra, sobre una mesita, algún libro auténticamente espléndido. Así fue como de hecho conocí hace un tiempo, en casa de un conocido, la obra de Calatrava.
Mi amigo había traído de uno de sus interminables viajes un tremendo mamotreto llamado Calatrava Bridges, lo había puesto en su sala de estar, y para mí fue lo mismo que si hubiera puesto una carga de explosivo en el centro de mi corteza cerebral.
En verdad, los diseños de Calatreva poseen la fuerza de un tsunami. Pero lo más inaudito es que todo ese poder arquitectónico de Calatrava parece hallarse al servicio de una sutileza casi extraterrestre, una delicadeza completamente evolucionada. Podemos estar seguros que los diseños de Calatrava coinciden con las energías más enigmáticas del universo. Si alguien nos convierte, en tanto que especie, en una raza del futuro, es Calatrava.
Naturalmente, no deja de incomodarme la clase de dinero que se requiere para sostener su visión. Leí recientemente, en una nota del New York Times, que el proyecto Zona Cero ya va por los 3,2 billones de dólares.
¿Es moral tanta grandeza? Sólo sé que no es igual a invertir cantidades místicas de dinero en bolas de tennis de plutonio.
(Columna publicada el 14 de mayo de 2009.)
2 comentarios:
Me he reído tanto de mí misma: tengo una casa de obcecante monotonía con un flamante libro de Casa Guatemalteca, sin pudor, en el medio de la mesa.
Y un sólo invitado me ha cuestionado la utilidad del libro: mi mamá, que esperaba encontrar en sus hojas una radiografía de la vivienda guatemalteca. Y en cambio, se topó con la vitrina en la que se exhiben las "dos Guatemalas" del último discurso de Colom.
Que bien que estés de vuelta. Espero que con más frecuencia.
Detesto los libros de "sobre mesa" (no de sobremesa, ésos me encantan) porque suelen despertar en ciertos individuos la necesidad de disertar sobre arte, o arquitectura, o lo que sea que contengan, convirtiendo una conversación agradable en una especie de monólogo carente de interés.
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