2400 horas
Dije y escribí de George Bush un montón de cosas. Pero nunca una palabra apreciativa. Me parece que la sola vez que redacté algo no atrabiliario de él fue en relación a su receptividad para con el Dalai Lama: permitió que le dieran al gran líder religioso la medalla del Congreso. Y eso fue todo.
Con Obama es distinto. Digamos que me sigue dando cierta confianza, 2400 horas después que tomó el mando. No es solamente que reconozca su intenso magnetismo –siendo Obama un orador de excepción– o que me deje engañar –horror– por el modelo telemático de su familia. Es que me doy cuenta que es una persona todo menos monolítica.
En una entrevista, Bob Dylan expresa muy bien esa característica de Obama: “Dice cosas realmente escandalosas. Puede estar mirando una cabeza reducida en la vitrina de un museo con muchas otras personas y se pregunta si alguna de ellas se da cuenta de que podrían estar delante de uno de sus antepasados.”
No es un rasgo vindicativo o agitador. Obama sabe perfectamente guardar los criterios del diálogo. De hecho, ha optado directamente por bajar el tono altisonante –como durante la reunión del G–20. Promueve pacientemente una expresión relajada (el reverso de Bush, lo más parecido a un glande en estado de fimosis). Cuando fue todo ese asunto de Tom Dashle, reconoció inteligentemente su falta, sin cuota alguna de autojustificación, y con la naturalidad de quien sabe que cagar es humano.
Sin embargo la distensión de Obama no sugiere complacencia. Su apertura al cambio va más allá de ser un mero punto fotogénico, y expresa una firmeza palpable. No se puede decir que no ha tomado decisiones riesgosas. Desde cerrar Guantanamo hasta adelantar un paquete de estímulo de casi 800 billones para atizar la bestia económica. Todo le puede salir por la culata.
(Columna publicada el 7 de mayo de 2009.)
Con Obama es distinto. Digamos que me sigue dando cierta confianza, 2400 horas después que tomó el mando. No es solamente que reconozca su intenso magnetismo –siendo Obama un orador de excepción– o que me deje engañar –horror– por el modelo telemático de su familia. Es que me doy cuenta que es una persona todo menos monolítica.
En una entrevista, Bob Dylan expresa muy bien esa característica de Obama: “Dice cosas realmente escandalosas. Puede estar mirando una cabeza reducida en la vitrina de un museo con muchas otras personas y se pregunta si alguna de ellas se da cuenta de que podrían estar delante de uno de sus antepasados.”
No es un rasgo vindicativo o agitador. Obama sabe perfectamente guardar los criterios del diálogo. De hecho, ha optado directamente por bajar el tono altisonante –como durante la reunión del G–20. Promueve pacientemente una expresión relajada (el reverso de Bush, lo más parecido a un glande en estado de fimosis). Cuando fue todo ese asunto de Tom Dashle, reconoció inteligentemente su falta, sin cuota alguna de autojustificación, y con la naturalidad de quien sabe que cagar es humano.
Sin embargo la distensión de Obama no sugiere complacencia. Su apertura al cambio va más allá de ser un mero punto fotogénico, y expresa una firmeza palpable. No se puede decir que no ha tomado decisiones riesgosas. Desde cerrar Guantanamo hasta adelantar un paquete de estímulo de casi 800 billones para atizar la bestia económica. Todo le puede salir por la culata.
(Columna publicada el 7 de mayo de 2009.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario