La salud de los jabones
Dos y tres enfermaron. Luego cuarenta, y luego mil, y luego cuarenta mil, y luego todos.
Los jabones. Presentaron de la noche a la mañana pústulas bastante repugnantes. Estaban como ausentes, sólo boqueaban, ya negros, en los lavamanos.
¿Y ahora cómo vamos a bañar a nuestros hijos?, se lamentaron todas las madres.
Alguien especuló: que los jabones habían enfermado por sucios. Y dijo: que si bien contribuían a la cultura higiénica del ser humano, los jabones jamás se autolavaban. Expresó: que esa falta de cultura sanitaria de los jabones trajo consigo la plaga y la calamidad.
Recuerdo haber puesto el jabón de la bañera en una cajita, sobre un pañuelo, con gran delicadeza. Le hice el reiki. Me gasté un dineral en medicinas. Pero se murió lo mismo.
Se mandaron a hacer grandes fosas comunes, para tanto cadáver de jabón.
Los humanos dejaron de lavarse. El olor, Dios mío.
Y así cómo los jabones presentaron de la noche a la mañana síntomas de descomposición, el humano se terminó enfermando él también, y largas epidemias azotaron las ciudades. Al final, jabones enfermos y humanos enfermos terminaron compartiendo los mismos cuartos de hospital, en una especie de insólita amistad entre lo animado y lo inanimado. Era hasta cierto punto hermoso, a pesar de trágico.
Pero las personas aún sanas mostraron en cambio gran resistencia a involucrarse con los jabones, a quienes culparon de toda la tragedia. Propusieron de esa cuenta hacer jabones con los humanos que iban muriendo, ya saben, como en los campos de concentración. Y en efecto los jabones nuevos hechos de grasa humana demostraron propiedades genéticas superiores, y ya no enfermaron.
Los nuevos jabones eran fuertes y arios. Y así volvió a la tierra la salud de los jabones.
(Columna publicada el 23 de abril de 2009.)
Los jabones. Presentaron de la noche a la mañana pústulas bastante repugnantes. Estaban como ausentes, sólo boqueaban, ya negros, en los lavamanos.
¿Y ahora cómo vamos a bañar a nuestros hijos?, se lamentaron todas las madres.
Alguien especuló: que los jabones habían enfermado por sucios. Y dijo: que si bien contribuían a la cultura higiénica del ser humano, los jabones jamás se autolavaban. Expresó: que esa falta de cultura sanitaria de los jabones trajo consigo la plaga y la calamidad.
Recuerdo haber puesto el jabón de la bañera en una cajita, sobre un pañuelo, con gran delicadeza. Le hice el reiki. Me gasté un dineral en medicinas. Pero se murió lo mismo.
Se mandaron a hacer grandes fosas comunes, para tanto cadáver de jabón.
Los humanos dejaron de lavarse. El olor, Dios mío.
Y así cómo los jabones presentaron de la noche a la mañana síntomas de descomposición, el humano se terminó enfermando él también, y largas epidemias azotaron las ciudades. Al final, jabones enfermos y humanos enfermos terminaron compartiendo los mismos cuartos de hospital, en una especie de insólita amistad entre lo animado y lo inanimado. Era hasta cierto punto hermoso, a pesar de trágico.
Pero las personas aún sanas mostraron en cambio gran resistencia a involucrarse con los jabones, a quienes culparon de toda la tragedia. Propusieron de esa cuenta hacer jabones con los humanos que iban muriendo, ya saben, como en los campos de concentración. Y en efecto los jabones nuevos hechos de grasa humana demostraron propiedades genéticas superiores, y ya no enfermaron.
Los nuevos jabones eran fuertes y arios. Y así volvió a la tierra la salud de los jabones.
(Columna publicada el 23 de abril de 2009.)
2 comentarios:
Sin haber llegado al final, ya estaba pensando en los jabones hechos de humanos y en Alemania... no se porque!
saluditos
lu!
Mayo ya se termina. Y tus relámpagos no han caído más por este blog...postea algo ya! Le urge a mis ojos y a mi cerebro.
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