Vallejo
Una moral hay en el poeta: es la moral de no pertenecer ni al lenguaje ni al silencio. El poeta, cuando es auténtico, usa todas esas palabras, pero a un tiempo vive en el puro revés del idioma. Se podría decir que reside en una especie de área fronteriza en donde la forma y lo informe se lamen a gusto. Agreguemos que en esta área fronteriza lo que no hay son –cabalmente– fronteras; siempre colapsan.
Ya con esto en mente, podemos agregar que no hay poeta más poeta que César Vallejo. Vallejo no se deja agarrar por las estructuras del idioma, los corsés. Vallejo es Houdini. Siempre rompe las prisiones agostas del idioma en busca del espacio formidable. No tiene miedo al aire, y siempre le vemos saltando al vacío gramatical.
Salta, pero jamás se suicida. Suicidarse en este contexto quiere decir renunciar completamente al sentido. La locura es una forma de comodidad, pero Vallejo trasciende todos los irracionalismos. De hecho, Vallejo está más allá de toda vanguardia. Es un liberado, no un vulgar terrorista. Ni se deja caer como un estúpido. Es un pájaro que vuela con gracia y luego se para en la misma cornisa vieja y luego se echa a volar otra vez. No dice no a lo blando y no dice no a lo duro. Vallejo jamás desprecia lo relativo en nombre de la libertad.
De hecho ama lo relativo, y todo lo relativo encuentra en la poesía de Vallejo a una madre muy buena. Allí se va juntando el inmenso dolor de lo pequeño. El crístico dolor de lo cotidiano. Cada verso suyo es como un nervio dos veces doliéndonos. Y porque Vallejo ama lo relativo, Vallejo ama al ser humano, y defiende al ser humano y del ser humano mismo lo defiende (“¡Cuídate, España, de tu propia España!”).
De Vallejo son los enfermos, los pobres, los muertos de granizo y los asangrados. Allí los tiene, jateados en poemas, que son barcazas ardiendo, sobre el Sena helado.
(Columna publicada el 5 de marzo de 2009.)
Ya con esto en mente, podemos agregar que no hay poeta más poeta que César Vallejo. Vallejo no se deja agarrar por las estructuras del idioma, los corsés. Vallejo es Houdini. Siempre rompe las prisiones agostas del idioma en busca del espacio formidable. No tiene miedo al aire, y siempre le vemos saltando al vacío gramatical.
Salta, pero jamás se suicida. Suicidarse en este contexto quiere decir renunciar completamente al sentido. La locura es una forma de comodidad, pero Vallejo trasciende todos los irracionalismos. De hecho, Vallejo está más allá de toda vanguardia. Es un liberado, no un vulgar terrorista. Ni se deja caer como un estúpido. Es un pájaro que vuela con gracia y luego se para en la misma cornisa vieja y luego se echa a volar otra vez. No dice no a lo blando y no dice no a lo duro. Vallejo jamás desprecia lo relativo en nombre de la libertad.
De hecho ama lo relativo, y todo lo relativo encuentra en la poesía de Vallejo a una madre muy buena. Allí se va juntando el inmenso dolor de lo pequeño. El crístico dolor de lo cotidiano. Cada verso suyo es como un nervio dos veces doliéndonos. Y porque Vallejo ama lo relativo, Vallejo ama al ser humano, y defiende al ser humano y del ser humano mismo lo defiende (“¡Cuídate, España, de tu propia España!”).
De Vallejo son los enfermos, los pobres, los muertos de granizo y los asangrados. Allí los tiene, jateados en poemas, que son barcazas ardiendo, sobre el Sena helado.
(Columna publicada el 5 de marzo de 2009.)
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