Los buenos chicos
En los últimos años, he tratado de ser un buen chico: decirle buenos días a la gente, regar las plantas, dormir temprano, esa clase de cosas. Ya saben, un boy scout. Y hasta cierto punto, he conseguido no meterme en problemas. Pero donde no he logrado nada en cambio es cuando voy en carro. Ha sido mi propia batalla de Verdún.
Vean: para mí manejar es una regresión a estadios primarios de imbecilidad que me hacen dudar del concepto entero de “progreso”, como diría mi terapeuta si tuviera alguno. A veces estoy en el parqueo de Multimédica (por decir algo) o en el Bulevar Liberación (por decir una cosa más) y se me sale del pecho un toro satánico con jerga de puta que pone a temblar de vergüenza ajena a mis copilotos. Vaya budista el que he resultado ser.
No soy el único animal con estas características. A lo largo y ancho de la ciudad, proliferan los choques emblemáticos de callejeo verbal, a veces con consecuencias atroces y feroces, porque el problema es que a más de alguien se le termina colando un vergazo, o un tiro. Ojalá fuera todo imprecación. Ojalá fuera todo blasfemia. Ojalá fuera todo como esa historia de la señora a la que le gritan vieja puta y la señora va tras el tipo, hasta darle alcance, y le dice: “Lo de puta se lo paso –pero lo de vieja…”
Ojalá fuera todo el bravo humor de los insultos. Pero en la calle todo pasa a una Dimensión Más Complicada.
Me parece que todo este rollo del road rage proviene de una ilusión que se forma en la mente del conductor: la ilusión de estar muy contenido, protegido, afelpado, individualizado y separado en su vehículo, cuando en realidad se encuentra en la ultrasalvaje vía pública. Quiero decir que no conozco nada parecido a una orgía segura. Aunque todos usaran condón, a la larga a más de alguno se le terminaría rompiendo. O se lo acabaría quitando, por eso de sentir más. Así son los buenos chicos.
(Columna publicada el 5 de febrero de 2009.)
Vean: para mí manejar es una regresión a estadios primarios de imbecilidad que me hacen dudar del concepto entero de “progreso”, como diría mi terapeuta si tuviera alguno. A veces estoy en el parqueo de Multimédica (por decir algo) o en el Bulevar Liberación (por decir una cosa más) y se me sale del pecho un toro satánico con jerga de puta que pone a temblar de vergüenza ajena a mis copilotos. Vaya budista el que he resultado ser.
No soy el único animal con estas características. A lo largo y ancho de la ciudad, proliferan los choques emblemáticos de callejeo verbal, a veces con consecuencias atroces y feroces, porque el problema es que a más de alguien se le termina colando un vergazo, o un tiro. Ojalá fuera todo imprecación. Ojalá fuera todo blasfemia. Ojalá fuera todo como esa historia de la señora a la que le gritan vieja puta y la señora va tras el tipo, hasta darle alcance, y le dice: “Lo de puta se lo paso –pero lo de vieja…”
Ojalá fuera todo el bravo humor de los insultos. Pero en la calle todo pasa a una Dimensión Más Complicada.
Me parece que todo este rollo del road rage proviene de una ilusión que se forma en la mente del conductor: la ilusión de estar muy contenido, protegido, afelpado, individualizado y separado en su vehículo, cuando en realidad se encuentra en la ultrasalvaje vía pública. Quiero decir que no conozco nada parecido a una orgía segura. Aunque todos usaran condón, a la larga a más de alguno se le terminaría rompiendo. O se lo acabaría quitando, por eso de sentir más. Así son los buenos chicos.
(Columna publicada el 5 de febrero de 2009.)
3 comentarios:
además hay que agregarle el puto freak que nos meten con los "mitos urbanos"... hace como dos años esa mierda de una mara que iba con las luces apagadas y si les hacías cambio de luces te perseguían y mataban... ahora mi mamá me contó de una mara que se queda parada en los semáforos en rojo y si les bocinás te matan! pero lo real gracioso es que si no bocinás te dan algo parecido a 2 mil tuquis....
no sólo somos paranoicas sino imaginativas....
Yo soy de esa tribu de salvajes al volante. Ya se ve que todo viaje en Guatemala es entonces, un retroceso, que no nos sorprenda el cangrejismo
Quiero una Hummer, eso quiero, así podría avanzar cual ambulancia endemoniada por la Avenida de La Reforma, aventando automóviles...
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