Ciudad Citi
A finales del año pasado nos inundaron la ciudad con el logo de citi.
La historia de ese logo es un caso bien resuelto de identidad gráfica. Surgió cuando se dio el merger entre dos mamuts: The Travelers Group y Citicorp, de donde brotó Citigroup.
No sé si recordaran el logo manejado por citibank hace un cuarto de siglo: un logo austrolopiteco, achacoso, y ochentero a más no poder. The Traveler Group, por su lado, tenía como referente gráfico una sombrilla, pero una sombrilla didáctica que no se atrevía a dar el salto hacia la abstracción total.
Por supuesto, una nueva era se anunciaba, con un énfasis genial al poder icónico de las marcas y los isotipos, en el mundo de la depredación ultravisual.
Del merger mencionado tenía que surgir un ícono que pudiera ingresar con elegancia y poder al siglo XXI. El resultado no fue nada horrible: una síntesis impresionante del espíritu de las dos marcas originales, un esfuerzo calculado de ecuanimidad y respeto por ambas instituciones.
Se quedó el nombre “Citi” –que remite de sí a un hábitat dinámico y funcional. “Citi” funge como poderoso prefijo para todas las subramas de la corporación. La sombrilla ya mencionada fue decantada dando la noción de techo sobre las dos columnas (las dos íes) y en medio una “t” que era tan de Citi como de The Travelers Group; de ambos grupos se extrajo el color azul y el rojo, respectivamente.
Y ése es logo que hoy vemos por todos lados, en Guatemala. La cantidad de moopies y vallas que pusieron a finales del año pasado fue apabullante. Todo realizado en un pésimo timing, puesto que Citigroup estaba de hecho viviendo una crisis histórica que puso a temblar a todos los santos del almanaque, una crisis que los dioses crediticios recordarán por eones. Fue tan así que tuvieron que buscar –en una movida muy poco elegante en términos de libre mercado– fondos federales, para no romperse, como espejo sucio, en mil pedazos.
(Columna publicada el 29 de enero de 2009.)
La historia de ese logo es un caso bien resuelto de identidad gráfica. Surgió cuando se dio el merger entre dos mamuts: The Travelers Group y Citicorp, de donde brotó Citigroup.
No sé si recordaran el logo manejado por citibank hace un cuarto de siglo: un logo austrolopiteco, achacoso, y ochentero a más no poder. The Traveler Group, por su lado, tenía como referente gráfico una sombrilla, pero una sombrilla didáctica que no se atrevía a dar el salto hacia la abstracción total.
Por supuesto, una nueva era se anunciaba, con un énfasis genial al poder icónico de las marcas y los isotipos, en el mundo de la depredación ultravisual.
Del merger mencionado tenía que surgir un ícono que pudiera ingresar con elegancia y poder al siglo XXI. El resultado no fue nada horrible: una síntesis impresionante del espíritu de las dos marcas originales, un esfuerzo calculado de ecuanimidad y respeto por ambas instituciones.
Se quedó el nombre “Citi” –que remite de sí a un hábitat dinámico y funcional. “Citi” funge como poderoso prefijo para todas las subramas de la corporación. La sombrilla ya mencionada fue decantada dando la noción de techo sobre las dos columnas (las dos íes) y en medio una “t” que era tan de Citi como de The Travelers Group; de ambos grupos se extrajo el color azul y el rojo, respectivamente.
Y ése es logo que hoy vemos por todos lados, en Guatemala. La cantidad de moopies y vallas que pusieron a finales del año pasado fue apabullante. Todo realizado en un pésimo timing, puesto que Citigroup estaba de hecho viviendo una crisis histórica que puso a temblar a todos los santos del almanaque, una crisis que los dioses crediticios recordarán por eones. Fue tan así que tuvieron que buscar –en una movida muy poco elegante en términos de libre mercado– fondos federales, para no romperse, como espejo sucio, en mil pedazos.
(Columna publicada el 29 de enero de 2009.)
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