Lama Ole
Lama Ole dará charla el lunes en la Marroquín. Lama Ole se me figura como una emanación del mismo Odín, un Odín pasado a tibetano. Todo en él es fuerza y conquista. Ha fundado todos esos centros del Camino del Diamante –seiscientos– en innumerables países, con una voluntad que le hubiera sacado las babas al mismo Nietzsche. Los hay en los márgenes más impensables (Guatemala). Allí donde se pensaría que la doctrina del Buda jamás iba a florecer. Pues florece. Y eso gracias al espíritu guerrero de Ole, y a un horario bestial –viaja cada dos días y medio, me dicen– que sigue manteniendo a sus casi setenta años. Lama Ole es la persona más ocupada del mundo –y no ocupada en miserias, sino ocupado en el despertar.
Le repugna lo políticamente correcto, y ello lo convierte de entrada en un maestro muy bellamente grosero. Y, a veces, en uno feamente grosero. Su visión antiislámica es conocida. Los cuál nos choca a todos, o por lo menos me choca a mí. Para mí Rumi no es menos importante que Milarepa o que San Juan de la Cruz. Pero se agradece que Lama Ole no promueva un budismo chueco y maricón de lounge espiritual, sino un budismo comprometido, resistente, incluso combativo. El año pasado, durante una meditación guiada, se exaltaba porque no decíamos el mantra con fuerza: “¡Díganlo más alto! ¡No somos una secta cualquiera, somos una religión mundial!”, exclamó.
Lama Ole es un vitalista al servicio del gozo y el espacio. Hay una jovialidad envidiable en Lama Ole (por cierto fanático de los deportes extremos, el paracaidismo y las motocicletas) que lo aleja de cualquier solemnidad sepulcral. No enfatiza en catatónicos estudios sino en el esfuerzo directo de la meditación. Su trabajo como maestro budista ha sido uno de descomplicación, de vulgarización en el sentido óptimo de la palabra, de desprendimiento de pesadas vestimentas culturales, y de ligar el budismo de una manera práctica al occidente.
(Columna publicada el 12 de febrero de 2009.)
Le repugna lo políticamente correcto, y ello lo convierte de entrada en un maestro muy bellamente grosero. Y, a veces, en uno feamente grosero. Su visión antiislámica es conocida. Los cuál nos choca a todos, o por lo menos me choca a mí. Para mí Rumi no es menos importante que Milarepa o que San Juan de la Cruz. Pero se agradece que Lama Ole no promueva un budismo chueco y maricón de lounge espiritual, sino un budismo comprometido, resistente, incluso combativo. El año pasado, durante una meditación guiada, se exaltaba porque no decíamos el mantra con fuerza: “¡Díganlo más alto! ¡No somos una secta cualquiera, somos una religión mundial!”, exclamó.
Lama Ole es un vitalista al servicio del gozo y el espacio. Hay una jovialidad envidiable en Lama Ole (por cierto fanático de los deportes extremos, el paracaidismo y las motocicletas) que lo aleja de cualquier solemnidad sepulcral. No enfatiza en catatónicos estudios sino en el esfuerzo directo de la meditación. Su trabajo como maestro budista ha sido uno de descomplicación, de vulgarización en el sentido óptimo de la palabra, de desprendimiento de pesadas vestimentas culturales, y de ligar el budismo de una manera práctica al occidente.
(Columna publicada el 12 de febrero de 2009.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario