En La Terminal con Cosita
“Te vas a ir de culo”, me aseguró el Cosita. “Sólo buenas chivas”, dijo también. “Vas a ver”, recalcó.
El Cosita (no, nunca le he preguntado por qué lo llaman el Cosita) prometió llevarme a una paca de la terminal, con el objetivo de que me fuera a comprar unos mis tennis, luego de leer una columna mía en el periódico, en donde al parecer yo decía que los tiempos no estaban para comprar tennis nuevos. “Eso es por qué no sabes donde comprarlos”, filosofó el Cosita.
“Pero yo sí”. Y aún añadió: “Por menos de lo que te pagan una de tus columnas sin gracia”.
Enfilamos a la terminal, pasando entre los puteritos, entre los charitas virtuosos, entre los sucesivos puestos de verduras, y las ventas de pomadas que curan hasta el cáncer de colon fase terminal. Hallamos la paca, que resultó ser una paca más grande que Los Próceres. Se daba gusto el gentío, compraba el gentío, salía con diez y ocho bolsas, el gentío, y el reggaeton daba aire para seguir hurgando, y las voces ondulaban, y las señoritas ya no sabían ni cómo contar tanto billete, y el Cosita ya le estaba endulzando el oído a alguna, con su casaca de siempre. Un guardia se rascaba decorosamente un huevo.
En efecto, ahí estaban los tennis. Usados y nuevos. Nuevos también. A trescientas varas el par. De marca. Y tanta ropa. Me puse a menear mugre yo también, las t–shirts, las chumpas, los jeans. Encontré preciados tesoros, prendas invaluables.
Y luego toqué algo, entre la ropa. Al principio no computé. Palpé bien, para ver. Era una especie de abrigo de piel, entre las faldas, entre los sweateres. Con todas las fuerzas, jalé. Todos los presentes retrocedimos, asustados, cuando conseguí sacar lo que después de todo no era un abrigo de piel (y con el frío que había en esos días) sino, sencillamente, un chucho muerto. El Cosita me estaba viendo, desde el otro lado del cuarto, se cagaba de la risa, el muy infame.
(Columna publicada el 19 de febrero de 2009.)
El Cosita (no, nunca le he preguntado por qué lo llaman el Cosita) prometió llevarme a una paca de la terminal, con el objetivo de que me fuera a comprar unos mis tennis, luego de leer una columna mía en el periódico, en donde al parecer yo decía que los tiempos no estaban para comprar tennis nuevos. “Eso es por qué no sabes donde comprarlos”, filosofó el Cosita.
“Pero yo sí”. Y aún añadió: “Por menos de lo que te pagan una de tus columnas sin gracia”.
Enfilamos a la terminal, pasando entre los puteritos, entre los charitas virtuosos, entre los sucesivos puestos de verduras, y las ventas de pomadas que curan hasta el cáncer de colon fase terminal. Hallamos la paca, que resultó ser una paca más grande que Los Próceres. Se daba gusto el gentío, compraba el gentío, salía con diez y ocho bolsas, el gentío, y el reggaeton daba aire para seguir hurgando, y las voces ondulaban, y las señoritas ya no sabían ni cómo contar tanto billete, y el Cosita ya le estaba endulzando el oído a alguna, con su casaca de siempre. Un guardia se rascaba decorosamente un huevo.
En efecto, ahí estaban los tennis. Usados y nuevos. Nuevos también. A trescientas varas el par. De marca. Y tanta ropa. Me puse a menear mugre yo también, las t–shirts, las chumpas, los jeans. Encontré preciados tesoros, prendas invaluables.
Y luego toqué algo, entre la ropa. Al principio no computé. Palpé bien, para ver. Era una especie de abrigo de piel, entre las faldas, entre los sweateres. Con todas las fuerzas, jalé. Todos los presentes retrocedimos, asustados, cuando conseguí sacar lo que después de todo no era un abrigo de piel (y con el frío que había en esos días) sino, sencillamente, un chucho muerto. El Cosita me estaba viendo, desde el otro lado del cuarto, se cagaba de la risa, el muy infame.
(Columna publicada el 19 de febrero de 2009.)
5 comentarios:
chucho muerto en paca, como para hacer aunque sea una bufandita... como para, en efecto, irse de culo, jeje... qué Cositas!
pobre perro, talvez murió de frio... no no, error, estaba entre suéteres faldas y demás... murió de asfixia probablemente...
hoy es un día frío
me voy a dormir un momento...
para cagarse de la risa, me imagino la cara de la mara comprometida en la escena.
Fabuloso.
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