Virtudes del silencio
Hay esa frase de Wittgenstein, esa frase que es como apedrear a alguien en la cabeza: “Todo lo que puede decirse puede decirse claramente, y lo que no puede decirse más vale dejarlo a un lado en silencio.” Estoy seguro que Wittgenstein dijo esa frase en un contexto muy específico; me tomaré igual la libertad de ponerla al lado de otra frase, esta vez de Pedro Salinas: “La poesía se explica por sí sola; si no, no se explica”.
La otra vez procuraba yo exponer a un israelí por qué el lago de Atitlán me resulta un lugar tan extraordinario. Y le dije un montón de cosas, pero al final opté por callar, pues lo que puede decirse del lago sólo puede decirse en un lenguaje muy especial –visionario, metanoico– que yo en ese momento no estaba en todo caso generando.
A lo mejor es útil hablar de las cosas en un lenguaje secundario, periodístico, a condición de que todos estemos bien conscientes de que estamos jugando al fin un juego –el juego de la vulgaridad. En ese nivel hay un millón de cosas que pueden decirse del lago de Atitlán.
Lo que de plano no se aguanta es cuando las comunicaciones además de vulgares, pretendan agenciarse un calambre publicitario. Por ejemplo, la campaña del Banco Industrial “Las siete maravillas de Guatemala”.
Una campaña nada original, porque se hizo a la par de otra iniciativa ya en desarrollo, Las Siete Maravillas Naturales del Mundo. Cuando vi el anuncio del BI en la tele, pensé: “Como son de cretinos, le van a quitar momentum a la otra votación” (y el lago de Atitlán ya estaba consiguiendo su puestecito). No sólo le quitaron momentum, ahora me entero que hicieron que Guatemala quedara descalificada. Si a los de Seven Wonders se les pasó la mano es harina de otro costal. Lo que quiero dejar claro es que el chovinismo–patrioterismo de nuestras comunicaciones (con Gallo a la cabeza) es –además de inoperante como forma de revelarnos nuestra identidad profunda– asquerosamente oportunista.
(Columna publicada el 20 de noviembre de 2008.)
La otra vez procuraba yo exponer a un israelí por qué el lago de Atitlán me resulta un lugar tan extraordinario. Y le dije un montón de cosas, pero al final opté por callar, pues lo que puede decirse del lago sólo puede decirse en un lenguaje muy especial –visionario, metanoico– que yo en ese momento no estaba en todo caso generando.
A lo mejor es útil hablar de las cosas en un lenguaje secundario, periodístico, a condición de que todos estemos bien conscientes de que estamos jugando al fin un juego –el juego de la vulgaridad. En ese nivel hay un millón de cosas que pueden decirse del lago de Atitlán.
Lo que de plano no se aguanta es cuando las comunicaciones además de vulgares, pretendan agenciarse un calambre publicitario. Por ejemplo, la campaña del Banco Industrial “Las siete maravillas de Guatemala”.
Una campaña nada original, porque se hizo a la par de otra iniciativa ya en desarrollo, Las Siete Maravillas Naturales del Mundo. Cuando vi el anuncio del BI en la tele, pensé: “Como son de cretinos, le van a quitar momentum a la otra votación” (y el lago de Atitlán ya estaba consiguiendo su puestecito). No sólo le quitaron momentum, ahora me entero que hicieron que Guatemala quedara descalificada. Si a los de Seven Wonders se les pasó la mano es harina de otro costal. Lo que quiero dejar claro es que el chovinismo–patrioterismo de nuestras comunicaciones (con Gallo a la cabeza) es –además de inoperante como forma de revelarnos nuestra identidad profunda– asquerosamente oportunista.
(Columna publicada el 20 de noviembre de 2008.)
1 comentario:
Si te quedas en silencio o describes características del lago (que no son las que querías decir), pondrás en evidencia eso de lo que no logras hablar.
en la Avenida de la Reforma, camina por ahí a las 10 o en día de asueto, hay una especie de atmósfera en la que logras entrar en la figura de la que habla Wittgenstein en el Tractatus... la relaciòn mundo-lenguaje
Wittgenstein el jardinero...
Un abrazo, d.
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