Una nueva era
Hay argumentos para creer que la guerra del narcotráfico cobrará más y más presencia en Guatemala. No hay nada qué hacer. Se trata de una decisión que alguien más ya tomó por nosotros.
El peligro consiste en que Guatemala, aparte de ser un mero canal para la droga, se convierta en sí misma en una glándula de decisiones en la operatividad del narcotráfico.
De alguna forma, la presencia de “El Cachetes” en una cárcel guatemalteca –y antes la sorda matanza en Zacapa– es simbólica y representa una nueva era, por demás más oscura y más pesadillesca para todos nosotros.
Antes de ello, ya nos habíamos enterado de los nexos espesos que había entre agentes kaibiles y narcotraficantes mexicanos del cartel del Golfo.
Sobre todo, hay que considerar que Guatemala es un lugar propicio para generar zonas estables de ilegalidad, por lo menos secundarias o de soporte. La corrupción, los sucesivos fracasos en el ámbito de la vigilancia, el boom del lavado, la precariedad en nuestras cárceles, la orgánica relación entre militares locales y narcoactividad… Las condiciones no dejan de ser sumamente estimulantes para los zares de la droga.
Pero no sólo los narcos tienen intereses en países como el nuestro. De su lado, la gran administración antidroga está interesada en optimizar estos pequeños países para que funcionen como trampas de ratas. En ese sentido, se trata de descolombianizar el conflicto, desmexicanizar el conflicto, y llevarlo a latitudes más confinadas y controladas, geográficamente hablando. De alguna forma, nos han estado preparando para esto durante diez años.
Si bien, como ya dije, la decisión ya fue tomada por nosotros, eso no quiere decir que no podamos capitalizar esta situación. Ya Dina Posada hablaba en su columna de esta semana, atinadamente, de pedir la cabeza de Portillo. El reto consiste en aprender a negociar espacios en un contexto de narcoguerra.
(Columna publicada el 25 de septiembre de 2008.)
El peligro consiste en que Guatemala, aparte de ser un mero canal para la droga, se convierta en sí misma en una glándula de decisiones en la operatividad del narcotráfico.
De alguna forma, la presencia de “El Cachetes” en una cárcel guatemalteca –y antes la sorda matanza en Zacapa– es simbólica y representa una nueva era, por demás más oscura y más pesadillesca para todos nosotros.
Antes de ello, ya nos habíamos enterado de los nexos espesos que había entre agentes kaibiles y narcotraficantes mexicanos del cartel del Golfo.
Sobre todo, hay que considerar que Guatemala es un lugar propicio para generar zonas estables de ilegalidad, por lo menos secundarias o de soporte. La corrupción, los sucesivos fracasos en el ámbito de la vigilancia, el boom del lavado, la precariedad en nuestras cárceles, la orgánica relación entre militares locales y narcoactividad… Las condiciones no dejan de ser sumamente estimulantes para los zares de la droga.
Pero no sólo los narcos tienen intereses en países como el nuestro. De su lado, la gran administración antidroga está interesada en optimizar estos pequeños países para que funcionen como trampas de ratas. En ese sentido, se trata de descolombianizar el conflicto, desmexicanizar el conflicto, y llevarlo a latitudes más confinadas y controladas, geográficamente hablando. De alguna forma, nos han estado preparando para esto durante diez años.
Si bien, como ya dije, la decisión ya fue tomada por nosotros, eso no quiere decir que no podamos capitalizar esta situación. Ya Dina Posada hablaba en su columna de esta semana, atinadamente, de pedir la cabeza de Portillo. El reto consiste en aprender a negociar espacios en un contexto de narcoguerra.
(Columna publicada el 25 de septiembre de 2008.)
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