La revolución incompleta
En el poderosísimo, estimulante libro Rastros de carmín –sobre los Sex Pistols, imaginen– Greil Marcus escribe lo siguiente:
"Pero al recordar mi viaje por el tiempo a Guatemala en la sala de microfilmes, me preguntaba qué importancia tendría para la historia de los Sex Pistols, si es que tenía alguna, el hecho de que en el verano de 1954 los redactores de Potlatch (Gil J. Wolman, Michèle Bernstein y los otros cuatro que en aquel momento firmaban sus páginas) hubieran escogido el derrocamiento del reformista Arbenz por parte de la CIA como un hecho social clave, una metáfora, un medio para llegar al lenguaje del "viejo mundo" que afirmaban iban a destruir, de la "nueva civilización" que iban a crear."
Y es que un poco antes, Marcus ha escrito:
"(...) encontrar por casualidad las primeras noticias del derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala, leer noticias antiguas como si fuesen una burda parodia de la desinformación de la CIA, y luego coger los periódicos del día y seguir las consecuencias: caras de ciudadanos sospechosos borrados del mapa por medio de bayonetas, dice el reportero en 1984, tres décadas después de que Arbenz pasara a ser un microfilme, cuelgan ahora de los árboles para secarse hasta quedar convertidas en máscaras. El tiempo prosigue su marcha."
También dice Marcus:
“(…) Potlatch hacía volver a Saint-Just de su guillotina para que celebrara un "juicio anticipado" al rechazo de Arbenz a armar a los obreros guatemaltecos contra el inevitable golpe de Estado”.
La gente del Potlatch utiliza entonces una frase lapidaria, que no cesa de retumbar en mis oídos: "Aquellos que sólo hacen la revolución a medias están cavando su propia tumba".
Una revolución a medias. Un aborto de donde nace un árbol de abortos.
(Columna publicada el 26 de junio de 2008.)
"Pero al recordar mi viaje por el tiempo a Guatemala en la sala de microfilmes, me preguntaba qué importancia tendría para la historia de los Sex Pistols, si es que tenía alguna, el hecho de que en el verano de 1954 los redactores de Potlatch (Gil J. Wolman, Michèle Bernstein y los otros cuatro que en aquel momento firmaban sus páginas) hubieran escogido el derrocamiento del reformista Arbenz por parte de la CIA como un hecho social clave, una metáfora, un medio para llegar al lenguaje del "viejo mundo" que afirmaban iban a destruir, de la "nueva civilización" que iban a crear."
Y es que un poco antes, Marcus ha escrito:
"(...) encontrar por casualidad las primeras noticias del derrocamiento del gobierno de Arbenz en Guatemala, leer noticias antiguas como si fuesen una burda parodia de la desinformación de la CIA, y luego coger los periódicos del día y seguir las consecuencias: caras de ciudadanos sospechosos borrados del mapa por medio de bayonetas, dice el reportero en 1984, tres décadas después de que Arbenz pasara a ser un microfilme, cuelgan ahora de los árboles para secarse hasta quedar convertidas en máscaras. El tiempo prosigue su marcha."
También dice Marcus:
“(…) Potlatch hacía volver a Saint-Just de su guillotina para que celebrara un "juicio anticipado" al rechazo de Arbenz a armar a los obreros guatemaltecos contra el inevitable golpe de Estado”.
La gente del Potlatch utiliza entonces una frase lapidaria, que no cesa de retumbar en mis oídos: "Aquellos que sólo hacen la revolución a medias están cavando su propia tumba".
Una revolución a medias. Un aborto de donde nace un árbol de abortos.
(Columna publicada el 26 de junio de 2008.)
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