A estas alturas del partido
A estas alturas del partido, y muy paradójicamente, y visto desde el punto extensivo de la especie, yo diría que tener hijos es el peor de los crímenes, una actividad profundamente egoísta. Deberíamos probar no tener hijos. Me pronuncio completamente por la adopción. Me parece que hay que facilitar las estructuras de la adopción lo más posible. Pero hijos propios ya no. A la humanidad no le quedan más de doscientos años, quizá menos. Y serán años repugnantes. Habrán medidas maltusianas radicales, vendrán las matanzas ecológicas, “ecogenocidios”, la nueva Solución Final. La carrera espacial –aquel naipe de arcoiris– no resultó ser nada milagroso. Al contrario, el cosmos sólo nos ha servido como basurero y depósito de nuestra peluda carroña tecnológica.
He decidido no tener hijos. No me interesa prolongar mis genes. No son míos. Ni son de mi madre. Ni son de mi abuelo. La noción de descendencia es un error cognitivo. Y la familia, un modelo demasiado estrecho, un modelo que resulta preciso trascender. “Pero eso va en contra de la vida”, dirán. La verdad es que hemos llegado al punto en donde la abstinencia reproductiva es lo que la vida misma desea de nosotros. La vida se expande y se contrae, como la respiración. Y ahora comienza una era de contracción. Toca que en nombre de la salud planetaria nos despidamos con dignidad como especie, detengamos el pornopillaje del llamado progreso, y le devolvamos al mundo el rostro que tenía antes que el hombre lo desfigurara con su cuchillo de indiferencia. Demos lo mejor de nosotros en estos tiempos finales. Porque el bartender ha anunciado el fin de la velada. Cantemos la última canción, y por favor tratemos de afinar esta vez. Bebimos y reímos. Nos pusimos todas las máscaras. Pero ha llegado la madrugada. Es hora de volver a casa.
(Columna publicada el 5 de junio de 2008.)
He decidido no tener hijos. No me interesa prolongar mis genes. No son míos. Ni son de mi madre. Ni son de mi abuelo. La noción de descendencia es un error cognitivo. Y la familia, un modelo demasiado estrecho, un modelo que resulta preciso trascender. “Pero eso va en contra de la vida”, dirán. La verdad es que hemos llegado al punto en donde la abstinencia reproductiva es lo que la vida misma desea de nosotros. La vida se expande y se contrae, como la respiración. Y ahora comienza una era de contracción. Toca que en nombre de la salud planetaria nos despidamos con dignidad como especie, detengamos el pornopillaje del llamado progreso, y le devolvamos al mundo el rostro que tenía antes que el hombre lo desfigurara con su cuchillo de indiferencia. Demos lo mejor de nosotros en estos tiempos finales. Porque el bartender ha anunciado el fin de la velada. Cantemos la última canción, y por favor tratemos de afinar esta vez. Bebimos y reímos. Nos pusimos todas las máscaras. Pero ha llegado la madrugada. Es hora de volver a casa.
(Columna publicada el 5 de junio de 2008.)
7 comentarios:
Maurice, luego de leer esta columna, puedo repetir y parafrasear a Pessoa: me siento orgulloso de ser contemporáneo de M. Echeverría. Qué barbaridad. Kertész y la National Geographic, la ostia, me quito el sombrero umbralario.
d.
Diego, sos demasiado generoso. Un abrazo. m.
me acordé de muse, aquello de es tiempo para algo bíblico, sí, eso; bíblico tu texto, una barbaridad, sentí aquel vacío que me daba pensar en el fin del mundo cuando tenía 6 años
Nunca había pensado en esto. Esta columna despertó algo en mi y si creo que hay que trascender a ese modelo de familia impuesto por la sociedad que siempre ha sido visto como un deber...a qué o quién? No lo sé pero que reiteradas veces ha sido autoimpuesto principalmente cuando no me permito tener una opción y elegir que hacer. Gracias por la columna.
A vos, Carmen Maria, gracias por visitar. m.
Gracias Maurice por demostrarme que no soy la unica persona que piensa de esa manera.
es una forma de pensar muy acertada, vós.
beso y abrazo.
Regina
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