Los muertos ya
Se puede hablar de sucesivas pérdidas de inocencia, en el ámbito mediático. El mercado de la información, luego de un primer asombro ante el espejo, pronto dio pie a una ingeniería rapaz –una sutil manipulación de las conciencias– que a su vez ha dado lugar a un embotamiento más crudo y caótico por vía de la saturación no discriminativa. Pronto comenzará una era en donde incluso los ingenieros sociales y los sujetos orwellianos que presionan los botoncitos y editan la realidad serán absolutamente prescindibles: y ese día será el acabose, puesto que ellos son los últimos referentes de una conciencia moral, aún si destructiva, y caerán en el propio sueño o alucinación que ellos mismos han creado.
Es en tal infranqueable viscosidad en donde actualmente chapoteamos, pobres patos en petróleo. Al final, un regular ciudadano no sabría decir se la guerra en Irak ha terminado o no. Las actuales elecciones presidenciales en EU homologan la estrategia pública de la guerra: un género de puntillismo mediático –millones de apariciones públicas, multiplicadas por un número no menor de glosas y comentarios– que al fin provocan un efecto disuasorio: el espectador, impotente ante semejante masa de datos, se abstiene de opinar activamente, u opina desde el más cómodo maniqueísmo –el maniqueísmo siendo el estado propicio de la inercia en este momento global.
Es nuestra atención lo que está en juego aquí, y la atención es el valor raíz, del cuál todos el resto de acordes axiológicos no son más que subsidiarios. La trampa consiste en que los mecanismos especializados de vinculación social ahora están al servicio de la negligencia acrítica y desingularizadora. Y nunca está de más recordar la sentencia lapidaria del Buda: “Los inatentos son como si ya hubieran muerto”.
(Columna publicada el 1 de mayo de 2008.)
Es en tal infranqueable viscosidad en donde actualmente chapoteamos, pobres patos en petróleo. Al final, un regular ciudadano no sabría decir se la guerra en Irak ha terminado o no. Las actuales elecciones presidenciales en EU homologan la estrategia pública de la guerra: un género de puntillismo mediático –millones de apariciones públicas, multiplicadas por un número no menor de glosas y comentarios– que al fin provocan un efecto disuasorio: el espectador, impotente ante semejante masa de datos, se abstiene de opinar activamente, u opina desde el más cómodo maniqueísmo –el maniqueísmo siendo el estado propicio de la inercia en este momento global.
Es nuestra atención lo que está en juego aquí, y la atención es el valor raíz, del cuál todos el resto de acordes axiológicos no son más que subsidiarios. La trampa consiste en que los mecanismos especializados de vinculación social ahora están al servicio de la negligencia acrítica y desingularizadora. Y nunca está de más recordar la sentencia lapidaria del Buda: “Los inatentos son como si ya hubieran muerto”.
(Columna publicada el 1 de mayo de 2008.)
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