Blues del obispo
Tengo cerca de mi escritorio un calendario de Gerardi, y éste se ha convertido en una presencia regular mientras hago mis cosas. Hoy por fin dedico una columna a Gerardi.
No hay nada más tantalizador para un guatemalteco que el caso hirviente de este hombre, asesinado en el garage de una casa parroquial. Su muerte, como sabemos, no es sólo una: hay varias en el mercado exegético, dos ya claramente oficiales, y ambas –con sus subsecuentes narrativas y desenlaces– muestran ángulos sórdidos de la manera en que politizamos la realidad. Se da un efecto en donde a fuerza de abanderizar y saturar el ambiente con lecturas y divergencias, se ha enajenado al ciudadano respecto a la obra misma de Gerardi, y hoy a diez años de su muerte, hace falta, como el hijo pródigo, que volvamos significativamente a ella.
Y por obra no me refiero en especial al REMHI, sino incluyo aquí el patrón general de su biografía eclesiástica, su tarea evangelizadora toda, diacrónicamente. Esto quizá nos permita abrir un plexo más vasto de interpretación de su persona, con el fin último de descaricaturizarlo y posicionarlo más ricamente en la historia general de Guatemala.
No quiere decir esto que se abandonen las expectativas sobre el esclarecimiento absoluto de su asesinato. Hay un derecho aquí que es de todos. Y un blues desgarrado que seguiremos cantando hasta que se de ese cierre expresivo y liberador que aún no se ha dado, y que necesitamos con grandísima premura.
Tampoco vamos a quitar los ojos de ese suceso puntual y nodal: el REMHI, que tiene algo de Biblia, a lo mejor no divina, pero qué más da: tan humana. Dos Biblias y una verdad que desenmascara. Dos Biblias para sanar a los de quebrantado corazón y publicar el rostro cárdeno del asesino. Dos obras y una piedra. Gerardi, arteria y anhelo. Palomas ciegas en la catedral. Por el obispo cantaremos.
(Columna publicada el 24 de abril de 2008.)
No hay nada más tantalizador para un guatemalteco que el caso hirviente de este hombre, asesinado en el garage de una casa parroquial. Su muerte, como sabemos, no es sólo una: hay varias en el mercado exegético, dos ya claramente oficiales, y ambas –con sus subsecuentes narrativas y desenlaces– muestran ángulos sórdidos de la manera en que politizamos la realidad. Se da un efecto en donde a fuerza de abanderizar y saturar el ambiente con lecturas y divergencias, se ha enajenado al ciudadano respecto a la obra misma de Gerardi, y hoy a diez años de su muerte, hace falta, como el hijo pródigo, que volvamos significativamente a ella.
Y por obra no me refiero en especial al REMHI, sino incluyo aquí el patrón general de su biografía eclesiástica, su tarea evangelizadora toda, diacrónicamente. Esto quizá nos permita abrir un plexo más vasto de interpretación de su persona, con el fin último de descaricaturizarlo y posicionarlo más ricamente en la historia general de Guatemala.
No quiere decir esto que se abandonen las expectativas sobre el esclarecimiento absoluto de su asesinato. Hay un derecho aquí que es de todos. Y un blues desgarrado que seguiremos cantando hasta que se de ese cierre expresivo y liberador que aún no se ha dado, y que necesitamos con grandísima premura.
Tampoco vamos a quitar los ojos de ese suceso puntual y nodal: el REMHI, que tiene algo de Biblia, a lo mejor no divina, pero qué más da: tan humana. Dos Biblias y una verdad que desenmascara. Dos Biblias para sanar a los de quebrantado corazón y publicar el rostro cárdeno del asesino. Dos obras y una piedra. Gerardi, arteria y anhelo. Palomas ciegas en la catedral. Por el obispo cantaremos.
(Columna publicada el 24 de abril de 2008.)
4 comentarios:
Aún estaba estudiando, sucedió justo a la par, en esos espacios iglesia, pasillo, colegio San Sebastián. Aunque en esos días quizá tuvimos una simple percepción de asesinato (mentes todavía ingenuas), con el tiempo discernimos la trascendencia del asunto. Hoy a pasado el tiempo, y tristemente el esclarecimiento sigue flotando como si fuera hace años (seguirá flotando...) Pero en esencia lo importante ahora es aprender del legado, y no dejar que muera, no permitir que flote también.
Ni que muera ni que flote. m.
Da pena la impunidad y el circo que enreda esta marana politica.Estos oscuros hechos solo sirven para cortar las ramas del cambio, del progreso, de la verdadera paz y de la verdad.Que pena. Y como decis da "the blues".
Y es un caso que todavía reserva daños a no dudarlo. m.
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