Polvo colombiano
La podemos imaginar, qué se yo, con disentería, temblando en el suelo, bregando por que no la violen, paralizada por el horror y los ataques de pánico, su voluntad –antes ferroviaria, maciza– hoy del todo deshecha, sin poder abrazar ni ser abrazada por criatura humana alguna, sin saber ya cómo es la voz de los suyos, con todo ese absurdo en el lóbulo frontal como un insecto chillante –pesadilla conradiana al servicio de un todopoderoso Jamás.
También podemos imaginar la tragedia del lado de los familiares, gólgota total, cruz multiplicada.
Una terapeuta especialista en constelaciones familiares me decía la otra vez que, en el caso de un secuestro, el secuestrador pasa a formar parte simbólicamente de la familia. Entonces visualicen a ese adicionado miembro fosco de la familia Betancourt: las FARC, desayunando con ellos, viendo tele con ellos, durmiendo con ellos, sedosa quemante oscuridad.
Pero en realidad la desdicha de Ingrid Betancourt ha cesado de ser una desdicha íntima y se ha nominalizado en la tragedia estamental de un país que lleva cuatro décadas de ensangramiento. Un reno disecado en la pared de la política interna colombiana, y ya externa también, según hemos visto en las últimas semanas (con un mono parlante llamado Chávez). Contradictoriamente, el quid sacramental del conflicto –si Ingrid Betancourt está viva o no– no tiene nada que ver con el hecho tangible de si la ex senadora perdura biológicamente o no. Con los secuestros sucede que si la víctima no se negocia o devuelve luego de una cantidad limitada de tiempo, la consciencia pública la da por muerta, aún con pruebas de que está con vida. En tanto que organismo biológico, Ingrid Betancourt ya es polvo, puro polvo colombiano, que todos snifeamos tiernamente.
(Columna publicada el 6 de diciembre de 2007.)
También podemos imaginar la tragedia del lado de los familiares, gólgota total, cruz multiplicada.
Una terapeuta especialista en constelaciones familiares me decía la otra vez que, en el caso de un secuestro, el secuestrador pasa a formar parte simbólicamente de la familia. Entonces visualicen a ese adicionado miembro fosco de la familia Betancourt: las FARC, desayunando con ellos, viendo tele con ellos, durmiendo con ellos, sedosa quemante oscuridad.
Pero en realidad la desdicha de Ingrid Betancourt ha cesado de ser una desdicha íntima y se ha nominalizado en la tragedia estamental de un país que lleva cuatro décadas de ensangramiento. Un reno disecado en la pared de la política interna colombiana, y ya externa también, según hemos visto en las últimas semanas (con un mono parlante llamado Chávez). Contradictoriamente, el quid sacramental del conflicto –si Ingrid Betancourt está viva o no– no tiene nada que ver con el hecho tangible de si la ex senadora perdura biológicamente o no. Con los secuestros sucede que si la víctima no se negocia o devuelve luego de una cantidad limitada de tiempo, la consciencia pública la da por muerta, aún con pruebas de que está con vida. En tanto que organismo biológico, Ingrid Betancourt ya es polvo, puro polvo colombiano, que todos snifeamos tiernamente.
(Columna publicada el 6 de diciembre de 2007.)
1 comentario:
es como el caso de esa niña inglesa que se perdió en Portugal. toda una ola de buenos propósitos y gente dadivosa que quiere ayudar. es como si en el alargamiento de estas muertes anunciadas la gente sacara lo mejor y lo peor de sí. pero al final, todos disfrutan, ese estirón del drama. como si en él fueran a entender el verdadero motivo del dolor. y del por qué deben morirse. pero todo es infructuoso. y leña para el olvido. o para hacerse los locos.
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