Calacas
En Miraflores, comprando regalos, imaginen. Un río de personas tzunamizando los corredores del mall. Cada cierto tiempo me siento a ver todas esas anatomías y cómo masacran el presupuesto familiar en Bershka o Pull and Bear. Es razonablemente divertido. Ahora me encuentro en la banca que se encuentra delante de Artemis, viendo las vitrinas de Zara, una tienda que vuelve locas a las mujeres (incluso peregrinaban a El Salvador cuando la tienda aún no llegaba a Guatemala). De moda no se nada, ni por lo general me interesa, pero me llama la atención cómo el negro es tajantemente un color reinante de la ropa en display. Desde hace ya unos años que no salimos del negro. El luto post–11 S. La era de la guerra reclama una estética de la guerra. No puede ser de otro modo. Lo cuál en realidad hasta me gusta. Así como me gusta ver a los chavitos decorados como Jared Leto y viviendo su aventura mussetiana darkwave. Algunas blusas llevan visiones depresivas, cráneos reventados supurando tinta espesa, ataúdes estampados. Pero todo esto se da en el contexto lúdico de la moda, entonces existe una especie de reafirmación de la vida por medio de tales símbolos lóbregos, y por demás se nota que hay aquí bastante humor y mucha ternura, veta Tim Burton (su Jack Skellington, referencia pervasiva de la cultura contemporánea). Se trata de una forma sana, diría yo, de relacionarnos con la muerte. Es de esperar no obstante que en la próxima década todo vaya a cambiar significativamente, dialécticamente, y los diseñadores van a capitalizar una corriente más luminosa, incluso newagy, una moda 2012. Entretanto, me seguiré gozando la teatralidad gótica y sus exabruptos decaídos, la grisitud infinita de sus uniformes, y desde esta banca seguiré viendo a tantas calacas como de Guadalupe Posadas, comprando presentes de Navidad.
(Columna publicada el 13 de diciembre de 2007.)
(Columna publicada el 13 de diciembre de 2007.)
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