Los clowns
Uno mira a Colom y uno mira a una criatura ectomórfica, tirando a flemática, un tanto laxa, como si en lugar de huesos llevase linfa, o leche dentro, y el rostro de tortuga, además, en donde resulta imposible rastrear vestigios de sentido del humor, de arrebato, de profunda hilaridad.
Los demás están por el estilo.
Elecciones que son la muerte de la risa.
Elecciones que son la defunción de la carcajada.
Estas literarias solemnidades de la vida pública hay que contrabalancearlas o bien el alma comienza pronto a resquemarse, hasta caer en neurastenia.
Así que acepté y agradecí con toda urgencia una invitación que me hicieran el sábado para ver el espectáculo Cirkus Inferno, a cargo del Daredevil Opera Company.
No contento con haber visto el Cirkus Inferno el sábado, me dirigí aún el domingo al Teatro del Joam Solo para ver La máquina del tiempo, de la compañía Robalunas y el cuate Pancho Toralla, que ha emprendido la quijotesca tarea de ser clown en Guatemala.
Fueron horas lujosamente dedicadas a la irreverencia, a la insensibilidad.
Bergson ha escrito: “Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”.
De esta inteligencia pura los candidatos nada saben. Por el contrario: los candidatos son los grandes abusadores del corazón. Todo en ellos es sensiblería, exageración superferolítica. Basta con ver a Giammattei trepando la colina con sus graves muletas. Eso no es proselitismo. Eso es ya la Teletón.
O pensemos en Otto Pérez Molina, poniendo a mujer, hija, hermano, a cantar sus virtudes; nomás le faltó la criatura del ático.
Lo más paradójico del caso es que por solemnizarse tanto quedan un poco payasos. Pero en su caso no hay mérito alguno pues es completamente involuntario.
Para ser payaso se precisa estudiar. Ya ven que es un oficio muy serio.
(Columna publicada el 28 de junio de 2007.)
Los demás están por el estilo.
Elecciones que son la muerte de la risa.
Elecciones que son la defunción de la carcajada.
Estas literarias solemnidades de la vida pública hay que contrabalancearlas o bien el alma comienza pronto a resquemarse, hasta caer en neurastenia.
Así que acepté y agradecí con toda urgencia una invitación que me hicieran el sábado para ver el espectáculo Cirkus Inferno, a cargo del Daredevil Opera Company.
No contento con haber visto el Cirkus Inferno el sábado, me dirigí aún el domingo al Teatro del Joam Solo para ver La máquina del tiempo, de la compañía Robalunas y el cuate Pancho Toralla, que ha emprendido la quijotesca tarea de ser clown en Guatemala.
Fueron horas lujosamente dedicadas a la irreverencia, a la insensibilidad.
Bergson ha escrito: “Lo cómico, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”.
De esta inteligencia pura los candidatos nada saben. Por el contrario: los candidatos son los grandes abusadores del corazón. Todo en ellos es sensiblería, exageración superferolítica. Basta con ver a Giammattei trepando la colina con sus graves muletas. Eso no es proselitismo. Eso es ya la Teletón.
O pensemos en Otto Pérez Molina, poniendo a mujer, hija, hermano, a cantar sus virtudes; nomás le faltó la criatura del ático.
Lo más paradójico del caso es que por solemnizarse tanto quedan un poco payasos. Pero en su caso no hay mérito alguno pues es completamente involuntario.
Para ser payaso se precisa estudiar. Ya ven que es un oficio muy serio.
(Columna publicada el 28 de junio de 2007.)
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