'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Ciudad santa

El sábado pasado en la Antigua: retrospectiva de Margarita Azurdia. Deslumbramiento, gratitud, rabia por lo perdido. Que quede registro que allí estuve, verídicamente, estupefacto, malcomprendiendo cómo es que algunos genios gotean, por resquicios y grietas generacionales, hacia los abismos de la desmemoria, y la insignificante esoteria de la negligencia, confidencialidad humillante, conventualidad de olvido. Mientras otros –que genios no son– son mantenidos artificialmente en la lente de la atención histórica. Reconforta saber que algunas criaturas lúcidas –exempli gratia, Rosina Cazali– se dan a la tarea de reunir y defender, al borde de la batalla, la ciudad santa, el último de los protectorados: el de la sensibilidad.

Lo más importante de comprender respecto a la sensibilidad es que no respira sin diálogo, o dicho así: la única manera de mantener viva la propia sensibilidad es dejarse hechizar por una sensibilidad que no sea justamente propia. ¿No es curioso? Es lo ajeno lo que nos concede vida íntima: sin enajenación no hay lirismo. Es fácil tomar a broma ciertas compulsiones de Margarita Azurdia, dictar que estaba loca, ligarla al arquetipo de la artista errática, extrovertida: es fácil, y superficial. Esta clase de velada condena nos prohíbe valorar lo cardinal: la extroversión de Margarita Azurdia es esencialmente religiosa. En la exhibición de la Antigua uno percibe el espanto de la búsqueda como una ética de lo desconocido. Ahora bien, para dejarse penetrar por lo desconocido (y ser completamente mujer) es preciso vaciar el alma, hasta volver al balbuceo, o infancia mítica. La locura, anafilaxia del corazón, nos posee pero al poseernos nos dota de una nueva virginidad. Margarita Azurdia, la niña, amasaba su placenta con manos nuevas cada vez.


(Columna publicada el 21 de junio de 2007.)

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Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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