Citius, altius, fortius
Últimamente, mis días han sido como la mala traducción de un pésimo libro. Claustrofobia. Ratas por todos lados, me entienden. Ratales.
Así que decidí partir el fin de semana con la hermosa CL6 a Cobán, con la esperanza de purificarme, viendo reses. Rodamos en la Negra Tomasa –nuestro potente carro– hacia las Verapaces, escuchando a Coltrane, el nigromante.
Vimos las reses, efectivamente. Las bellas reses bovinas. Y también cantidad de quetzales. Los quetzales son criaturas muy vanidosas, muy sociales. Se dice que cuesta un huevo ver quetzales. Pero no. Son la Carmen Electra del reino de los pájaros.
Por supuesto, fuimos al Biotopo. Si uno pone un poquito de atención, se da cuenta que en el Biotopo se halla el Alfa y Omega, el Paraíso Liquen, el Cáliz Húmedo etc.
Se precisa estar mínimamente en forma. Mientras iba subiendo por el sendero fabulador, yo cimentaba en mi cabeza recuerdos de mi madre hablando años atrás acerca de “los ideales de Pierre de Coubertin” (mi madre es una engasada del espíritu olímpico, y de Pierre de Coubertin, y de sus ideales). A mí los ideales de Pierre de Coubertin me valían madre, con todo y su bigote. Lo único que me interesaba entonces era fumar grass, en cantidades soberanas, intimidantes, cabalmente bovinas.
Pero al subir por la senda de la reserva, el sábado, agradecido de estar en semejante universidad de la vida –el Biotopo– de pronto fui un poco menos crítico con todo aquello que Pierre de Coubertin –tan sucio de paidea y helenismo y cristianismo muscular y fascistoide de soslayo (hablaba de las “dos razas”)– quiso buenamente entronizar en la endeble consciencia humana. Por un segundo vi el aire. La luz en el follaje. Cuerpos vigorosos, saludables, alcanzando metas sublimes.
Y luego pensé en Carmen Electra. En sus dos grandes tetas.
(Columna publicada el 5 de julio de 2007.)
(Nota: La foto es propia.)
Así que decidí partir el fin de semana con la hermosa CL6 a Cobán, con la esperanza de purificarme, viendo reses. Rodamos en la Negra Tomasa –nuestro potente carro– hacia las Verapaces, escuchando a Coltrane, el nigromante.
Vimos las reses, efectivamente. Las bellas reses bovinas. Y también cantidad de quetzales. Los quetzales son criaturas muy vanidosas, muy sociales. Se dice que cuesta un huevo ver quetzales. Pero no. Son la Carmen Electra del reino de los pájaros.
Por supuesto, fuimos al Biotopo. Si uno pone un poquito de atención, se da cuenta que en el Biotopo se halla el Alfa y Omega, el Paraíso Liquen, el Cáliz Húmedo etc.
Se precisa estar mínimamente en forma. Mientras iba subiendo por el sendero fabulador, yo cimentaba en mi cabeza recuerdos de mi madre hablando años atrás acerca de “los ideales de Pierre de Coubertin” (mi madre es una engasada del espíritu olímpico, y de Pierre de Coubertin, y de sus ideales). A mí los ideales de Pierre de Coubertin me valían madre, con todo y su bigote. Lo único que me interesaba entonces era fumar grass, en cantidades soberanas, intimidantes, cabalmente bovinas.
Pero al subir por la senda de la reserva, el sábado, agradecido de estar en semejante universidad de la vida –el Biotopo– de pronto fui un poco menos crítico con todo aquello que Pierre de Coubertin –tan sucio de paidea y helenismo y cristianismo muscular y fascistoide de soslayo (hablaba de las “dos razas”)– quiso buenamente entronizar en la endeble consciencia humana. Por un segundo vi el aire. La luz en el follaje. Cuerpos vigorosos, saludables, alcanzando metas sublimes.
Y luego pensé en Carmen Electra. En sus dos grandes tetas.
(Columna publicada el 5 de julio de 2007.)
(Nota: La foto es propia.)
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