La Zaranda
Si se me ocurriese antologar cada palabra que he tecleado y echar un vistazo general al impulso colectivo de mi escribir, podría acaso observar en semejante zoológico verbal una misma energía–raíz, animando el conjunto –pues carajo, la angustia.
Como si hubiera hecho con tal angustia una alianza kármica de resonancias vitalicias. Y no me arrepiento. Ha sido la mejor de las catedráticas. Sólo la angustia viene en 3–D; sólo en ella hay profundidad espeleológica. Lo demás es laca. Confort espiritual. Pensar que casi casi se cagaron en ella los existencialistas…
A la par de la angustia, el humor, por supuesto. Cuando la angustia fricciona con la angustia, produce risa, risa de muerte. Recuerden al doctor Wagner diciéndole al personaje principal de El péndulo de Foucault, luego de 786 nebulosas páginas:“Monsieur, vous êtes fou”. Me reí como una criatura que están quemando viva. El loco era yo.
El sábado contemplando la obra teatral Los que ríen los últimos, de La Zaranda, yo bien me decía para mis adentros: “Estos cabrones la tienen bien clarita. Estos cabrones ya le dieron la mano al coronel Kurtz”. El horror, el horror…
Ni modo, si son genios. La primera vez que yo supe lo que en verdad era el teatro, la perfección escénica, fue cuando estos cuates vinieron aproximadamente hace una década, y presentaron Cuando la vida eterna se acabe. Limbo. Fosa. Por ver tanto el abismo, se nos quedó viendo el malparido a nosotros. Carcajada del sifilítico de Turín. Así de buenos eran.
Así que la Zaranda ha sido mi principal referencia teatral en la última década, y es hermoso comprobar cómo diez años después, esta compañía continúa siendo tan consistente, tan sólida, tan incisiva. La Zaranda me volvió a reventar el neocórtex, con todo y sus 30,000 millones de neuronas, todas bien llenitas de angustia.
(Columna publicada el 10 de julio de 2007.)
Como si hubiera hecho con tal angustia una alianza kármica de resonancias vitalicias. Y no me arrepiento. Ha sido la mejor de las catedráticas. Sólo la angustia viene en 3–D; sólo en ella hay profundidad espeleológica. Lo demás es laca. Confort espiritual. Pensar que casi casi se cagaron en ella los existencialistas…
A la par de la angustia, el humor, por supuesto. Cuando la angustia fricciona con la angustia, produce risa, risa de muerte. Recuerden al doctor Wagner diciéndole al personaje principal de El péndulo de Foucault, luego de 786 nebulosas páginas:“Monsieur, vous êtes fou”. Me reí como una criatura que están quemando viva. El loco era yo.
El sábado contemplando la obra teatral Los que ríen los últimos, de La Zaranda, yo bien me decía para mis adentros: “Estos cabrones la tienen bien clarita. Estos cabrones ya le dieron la mano al coronel Kurtz”. El horror, el horror…
Ni modo, si son genios. La primera vez que yo supe lo que en verdad era el teatro, la perfección escénica, fue cuando estos cuates vinieron aproximadamente hace una década, y presentaron Cuando la vida eterna se acabe. Limbo. Fosa. Por ver tanto el abismo, se nos quedó viendo el malparido a nosotros. Carcajada del sifilítico de Turín. Así de buenos eran.
Así que la Zaranda ha sido mi principal referencia teatral en la última década, y es hermoso comprobar cómo diez años después, esta compañía continúa siendo tan consistente, tan sólida, tan incisiva. La Zaranda me volvió a reventar el neocórtex, con todo y sus 30,000 millones de neuronas, todas bien llenitas de angustia.
(Columna publicada el 10 de julio de 2007.)
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