Bichos, vicios y roedores
El poder se desplaza, fagocita, transmigra, y erosiona.
Viendo a los candidatos presidenciales, uno de se da cuenta que todos sin excepción ya han ejercido antes una u otra forma del poder, sea público, empresarial, militar, o incluso espiritual.
Lo verdaderamente desquiciante del asunto es que no puede ser de otra manera. El poder no brota ex nihilo. El poder sólo puede venir del poder, de la misma manera que una manzana sólo puede venir de un manzano. Visto de tal punto de vista, la pregunta de sanidad básica es: ¿cómo podemos compartimentalizar el flujo del poder en segmentos responsables? Lo ideal sería algo parecido a un sistema político de esclusas. Podría ser uno en donde cada cual, antes de pasar a un cargo público, deba someterse a un régimen de cuarentena, para evitar así multitud de contaminaciones.
En un país en donde la improvisación y el oportunismo son ley, someter a los candidatos a una suerte de iniciación social no es del todo una mala idea (podría ser un puesto “de transición”, a cumplir ad honorem). Como sea, hay que fumigarlos. Porque de lo contrario van a llevar consigo al estado los bichos, vicios y roedores de sus otros puestos de poder.
La pregunta concreta es: ¿cómo se fumiga a un candidato? Una opción sería interpelarlos francamente, antes de la fecha electoral. No me refiero meramente a la interpelación de la prensa, necesaria, sí, obligatoria, cómo no, pero a todas luces insuficiente. Me refiero a una interpelación civil y ambiciosa, en plan laxante, construida con la misma intensidad con la cuál interpelamos a un ministro caído en estado de sospecha. Tal es nuestro derecho. Como cuando tomas a un drogadicto, y le haces una intervención. Hay que partir de la idea de que los candidatos son potenciales adictos al poder, que a lo mejor son personas muy enfermas.
(Columna publicada el 19 de julio de 2007.)
Viendo a los candidatos presidenciales, uno de se da cuenta que todos sin excepción ya han ejercido antes una u otra forma del poder, sea público, empresarial, militar, o incluso espiritual.
Lo verdaderamente desquiciante del asunto es que no puede ser de otra manera. El poder no brota ex nihilo. El poder sólo puede venir del poder, de la misma manera que una manzana sólo puede venir de un manzano. Visto de tal punto de vista, la pregunta de sanidad básica es: ¿cómo podemos compartimentalizar el flujo del poder en segmentos responsables? Lo ideal sería algo parecido a un sistema político de esclusas. Podría ser uno en donde cada cual, antes de pasar a un cargo público, deba someterse a un régimen de cuarentena, para evitar así multitud de contaminaciones.
En un país en donde la improvisación y el oportunismo son ley, someter a los candidatos a una suerte de iniciación social no es del todo una mala idea (podría ser un puesto “de transición”, a cumplir ad honorem). Como sea, hay que fumigarlos. Porque de lo contrario van a llevar consigo al estado los bichos, vicios y roedores de sus otros puestos de poder.
La pregunta concreta es: ¿cómo se fumiga a un candidato? Una opción sería interpelarlos francamente, antes de la fecha electoral. No me refiero meramente a la interpelación de la prensa, necesaria, sí, obligatoria, cómo no, pero a todas luces insuficiente. Me refiero a una interpelación civil y ambiciosa, en plan laxante, construida con la misma intensidad con la cuál interpelamos a un ministro caído en estado de sospecha. Tal es nuestro derecho. Como cuando tomas a un drogadicto, y le haces una intervención. Hay que partir de la idea de que los candidatos son potenciales adictos al poder, que a lo mejor son personas muy enfermas.
(Columna publicada el 19 de julio de 2007.)
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